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El Telégrafo

Bancos

21 de septiembre de 2013

El espíritu moderno tiene su oficina en los bancos, que jalonan la avenida 9 de Octubre. Cambian los nombres de las compañías, que suelen remitir a motivos geográficos o identitarios, a la tradición o a nuestros ancestros, a la tierra donde has nacido. Pero el ambiente en una oficina bancaria es el mismo en cualquier parte del mundo, y nada tiene que ver con el hogar.

La eficiencia de los bancarios –que no banqueros- contrasta con la tensión de la atmósfera, un clima de ansiedad e incluso de miedo a no poder disponer de ese elemento tan anónimo y perfectamente intercambiable que es solo de unos pocos. Pero en los bancos no suele haber dinero, sino miseria, la pérdida de un tiempo efímero malgastado en la gestión del capital y en las fantasías de los que renuncian a construir el futuro y desean pertenecer a la “upper-class”.

A través de las ventanillas contemplamos esa riqueza que no nos conecta hoy con la propiedad, sino con la burocracia. Sin embargo, el oro de la ciudad está en este sol del mediodía que derrite nuestros sueños de grandeza. Y es que el dinero, como diría Ambrose Bierce, es ese bien que no nos sirve de nada hasta que nos separamos de él.

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