Publicidad

Ecuador, 25 de Septiembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo

Autoengaño

14 de febrero de 2013

Cuando se trata de conquistar a su pareja, los pavos reales despliegan su cola con lo cual  no solamente quieren deslumbrarla sino que están convencidos de que son grandes, hermosos y más fuertes que cualquier rival, tal vez con el instinto de que esta prueba de autoconfianza pueda disminuir y acobardar a sus oponentes en el rito de la seducción.

Los humanos tenemos unas formas algo más sofisticadas de inflarnos que nuestros pares del reino animal. Nosotros tenemos la habilidad de mentir, no solamente a otras personas, sino a nosotros mismos. El autoengaño es una estrategia útil para llegar a creer las historias que contamos y, si tenemos éxito, es muy improbable que podamos retroceder y accidentalmente demostrar que somos cualquier cosa diferente de lo que pretendemos ser. Es interesante observar que la gente engaña cuando tiene oportunidad de hacerlo, pero no es una mayoría y no todo el tiempo.

Esto no debería sorprender a nadie, pues estamos acostumbrados a ver cómo la gente tiende a exagerar y nosotros mismos tenemos una especial predilección por la exageración. La frecuencia con la cual la gente miente en sus hojas de vida, diplomas e historias personales genera preguntas como: ¿Será posible que cuando mentimos públicamente estas mentiras se registren como un “marcador de logros alcanzados” que precisamente nos ayude a tejer la mentira dentro del complejo urdido de la tela de nuestra vida? ¿Podrían de esta manera trofeos, certificados o medallas que reconocen algo que nunca alcanzamos ser el “marcador de logros” que nos permite mantener las falsas creencias acerca de nuestras propias habilidades? ¿Y podrían tales certificados incrementar nuestra capacidad de autoengaño?

Miremos en los deportes, Lance Edward Armstrong, famoso ciclista estadounidense, ha sido despojado de todos sus títulos, especialmente los siete Tours de Francia, y suspendido de por vida al haber reconocido públicamente dopaje para mejorar su rendimiento en sus múltiples competencias de ciclismo. Pero Armstrong, ahora de 34 años de edad, era ya un deportista completo a los 16 años, con títulos en natación y triatlón y posteriormente un exitoso luchador contra su enfermedad de cáncer.  No tenía necesidad de mentir. Doparse para mejorar sus marcas no fue nada más que una forma de autoengaño para mantener latente el sabor del triunfo.

Y vamos a la política. Candidatos que claramente están derrotados repiten una y otra vez que terminarán triunfadores  el día de las elecciones. Todos aseguran tener el favor popular. Y por supuesto conocen la forma de cambiar al Ecuador, sea para generar otro país o para recuperar el que teníamos. Descalifican continuamente herramientas estadísticas tan válidas como la investigación de campo mediante encuestas. Y cada cual a su manera se pavonea para atraer a los votantes. ¿No les parece que esto es un autoengaño?  Sería fácil concluir que esta práctica es connatural con el comportamiento humano. ¡Por supuesto que no! Los seres humanos buscamos la verdad, nos agradan las personas honestas y definitivamente apoyamos a quienes nos dan muestras de sinceridad y confianza.

Contenido externo patrocinado