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El Telégrafo

Armas perversas

27 de mayo de 2013

Hay políticos que carecen de ideología y que han perdido  sus principios éticos, si alguna vez los tuvieron, y que todas sus pasiones las procesan con el hígado o con el bolsillo (o con ambos) y son los que apelan a la calumnia, a la difamación o inventan armas perversas, cuando ya se les agotan las armas normales para la lucha permanente, que es lógica entre los contendientes por conceptos y propuestas.

Lo que acaba de suceder en Venezuela con un audio amañado, de una supuesta conversación entre un periodista y un agente cubano, destinado a crear un conflicto entre el presidente Maduro y el presidente de la Asamblea, Diosdado Cabello, es demostrativo de esta triste realidad.

Esos políticos perversos, que devienen en politiqueros de última ralea, pierden todos los controles y no respetan nada, ni siquiera sus ancestros: veamos lo que pasa con ese señor (con perdón de los señores) Emilio Palacio, que se autodenomina “perseguido político” y se ha exiliado lógicamente en Miami, ciudad hermosa para el turismo y los parques de diversiones, pero que tuvo la mala suerte de convertirse en el receptáculo de la gusanería continental y la basura moral politiquera.

Quienes conocimos y fuimos amigos de su padre, el afamado escultor que de su estancia en España trajo el mote de “Chaval”: Alfredo Palacio, y que por su leal militancia política llegó a ser miembro del Comité Central del Partido Comunista del Ecuador, no podemos menos que sorprendernos con tristeza, porque la indignación es inútil, que se haya retorcido tanto la genética para que aparezca un espécimen así de calumniador, lleno de veneno, al servicio de la politiquería.

Similar dolencia para la memoria de otro gran generador de pensamiento libertario, una de las figuras más trascendentes de la cultura, Benjamín Carrión, con un nieto como Martín Pallares Carrión cuya insolencia raya en la insensatez.

Si el vínculo con los ancestros no tiene valor para los que han perdido el camino de la racionalidad, qué tipo de armas  van a utilizar los que perdieron las pistas del debate para desbocarse por el atajo de la perversidad.
La provocación con los insultos y la diatriba nada tienen que ver con la franqueza o la frontalidad, peor aún cuando se falsifican los hechos o se apela a la fabricación de mentiras y calumnias para fundamentar esas perversidades, como ha sucedido en Venezuela.

Lo que no pueden obtener en las urnas con los votos, en el debate académico con las verdades, o en la confrontación ideológica con la batalla de ideas, lo convierten en sicariato mental.

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