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El Telégrafo
Hugo Ríus

¿Apolíticos?

16 de junio de 2018

Escuchaba por azar un diálogo entre dos consumidores de los llamados “paquetes” digitales, de los que de alguna forma, totales, parciales, selectivos, ocasionales o potenciales, somos todos los que disponemos de los medios apropiados de reproducción.

Una le recomendaba y ofrecía a otro para que lo copiase y viese un buen elaborado filme inspirado en una verídica gesta latinoamericana frente a poderes extranjeros de sometimiento. Su reticente e huidizo interlocutor terminó rechazando la propuesta, alegando que se trataba de una cinta “muy politizada”, y que en su lugar prefería “entretenerse” con “refrescantes” seriales de intrigas provenientes de la  establecida y exitosa fábrica hollywoodense de ensueños.

Aunque en efecto, según la vieja máxima popular de que “para gustos los colores…”, de respeto a las libres elecciones individuales en múltiples ámbitos de la vida, ello no quita inevitables preguntas reflexivas, tales como si acaso puede creerse que tales producciones audiovisuales de considerables preferencias sean políticamente asépticas, o distracción químicamente pura, capaces de lograr una “desconexión” de las tensiones del mundo real. Vana ilusión esta última.

Hace tiempo escuché de un autorizado comentarista del cine el concepto de  la “consciente anulación de la inverosimilitud” para explicar lo que entendí como un tácito pacto del espectador para disfrutar solo durante el tiempo estricto de proyección que dure, una trama exageradamente fantástica.

Pero parece improbable que semejante mecanismo de corta aceptación convencional funcione en ofertas audiovisuales de prolongada continuidad llamadas cual gota que erosiona rocas, a dejar más huellas perdurables en las mentes receptoras, bajo la mano maestra experta de una industria del espectáculo demasiado posicionada y de momento sin una mejor alternativa que la oponga en cantidad.

Conste que en  estos casos que siempre el sentido común me libre de clamar por la falsa salida de la censura y las prohibiciones que oscurecen el fértil ejercicio de sacar propias conclusiones. Eso sí, comparto con quienes abogan por una educación desde temprano  en la lectura de los medios de comunicación, para poder identificar el zumo del aroma, el trasfondo de lo aparente, lo falso de lo relativamente cierto, en un disfrute crítico inteligente en lugar de convertirnos en mansos tragadores de una papilla ideológica de fascinante factura. (O)

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