El ataque en París el pasado 16 de febrero contra el intelectual Alain Finkielkraut muestra las características de la violencia de las turbas contra judíos en las calles europeas de los años 30 y 40. Ver a un hombre mayor, con gafas, acorralado por manifestantes uniformados, es uno de los episodios más espeluznantes que ha causado la ola de antisemitismo a ambos lados del Atlántico.
Este incidente se suma a un ramillete de horrores que va desde las declaraciones del líder del grupo parlamentario de la AfD, Alexander Gauland, que dijo que el Holocausto supone solo una “minucia” en la historia de Alemania -pasando por ataques del Gobierno húngaro contra judíos y el asedio a judíos en la ciudad sueca de Umeå por neonazis-, hasta la justificación de Donald Trump de las manifestaciones de derecha radical en Charlottesville y, por supuesto, la masacre de Pittsburgh.
Desde Washington hasta Budapest, la obra clave del antisemitismo ha sido redescubierta. Toda persecución contra judíos en la primera mitad del siglo XX era fundamentada con los supuestos protocolos de los sabios de Sion, desde los pogromos en Rusia hasta la aniquilación masiva de millones de personas en campos de exterminio. Ahora ha retornado la leyenda de la conspiración judía internacional con sus viejos objetivos: avivar la guerra económica, esclavizar a los pobres, destruir los valores cristianos y eliminar la identidad de las naciones.
En los pasados años no ha habido campañas más abiertamente antisemitas que las de Viktor Orban contra el magnate George Soros, de origen judío. Pero el partido de Orbán, Fidesz, no solo exhorta a los electores húngaros a dar un nuevo mandato a su partido para “defender Hungría de la amenaza judía”. Además, arremete contra la Comisión Europea, presidida por Jean Claude Juncker. De esta manera, Orban lleva a cabo una campaña abiertamente antisemita contra la Unión Europea, a la que se acusa de ser instrumento de la conspiración judía internacional. (O)