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El Telégrafo
Luciana Villegas *

El analista, sus ideologías, su neutralidad

02 de noviembre de 2019

El psicoanálisis impone un modo de hablar diferente. Hablar con un analista produce afectos conflictivos (por ejemplo, vergüenza), mientras que con otros profesionales (por ejemplo, un médico) muchas veces no se tiene pudor para contar que se tienen hemorroides del tamaño de un maní. Porque el médico mira incluso cuando oye, y el analista cancela la mirada para escuchar. Y, para el caso, preguntará: “¿Por qué un maní?”.

La escucha analítica no es una operación positiva, algo que habría que hacer, sino la destitución de la mirada que objetiva a quien habla para que advenga su irremediable conflicto. Este proceso es lo que llamamos “asociación libre”. No hay nada que produzca tanto conflicto como alguien que escucha. Si soportamos la vida cotidiana es porque no prestamos atención a lo que otros dicen ni a lo que decimos.

Hoy se discute mucho sobre la “ideología” del analista. Que si tiene opiniones políticas, que si es una figura pública (¿quién no lo es?) o si en su perfil de red social tiene una foto de sus vacaciones. Toda una falsa moral que olvida que a los pacientes no les interesa la vida de sus analistas, salvo para sintomatizarla y, por ejemplo, criticarla, objetarla, pero también sentirse respaldados (“Quiero un analista con perspectiva de género”, escuché decir una vez, lo importante es que el analista no olvide que esa demanda es tan analizable como cualquier otra). Lo importante es que el analista, en lugar de querer esconderse, no olvide que su persona produce afectos. En un grupo de supervisión, un colega relató una secuencia perfecta: una paciente se entera, a través de un amigo en común, que su analista tiene fama de burlón; se lo dice preocupada y él interviene: “¿Qué podrías decir vos como para que te preocupe que pueda burlarme?”.

Me preguntaron hace poco en una clase por qué privilegio el afecto en esta experiencia. Respuesta: porque el afecto lleva al saber. Lo que los psicoanalistas llamamos transferencia implica una paradoja afectiva, como lo demuestra el ejemplo de un muchacho que se dedica al boxeo y, después de un entrenamiento, va a la casa de una chica; mientras miran la tele, aparece una propaganda del Rey León: tiene que levantarse e ir al baño a encerrarse porque tiene ganas de llorar. (O)

* Tomado de la DWl. Lea el artículo completo en www.eltelegrafo.com.ec

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