El pasado enero, Mahmud Ahmadinejad, presidente de Irán, visitó Cuba, Nicaragua, Venezuela y Ecuador. De inmediato, la jefa de la comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes de los EE.UU., Ileana Ros-Lehtinen, reaccionó, sosteniendo: “El régimen iraní ha formado alianzas con Chávez, Ortega, Castro y Correa, que muchos creen que pueden desestabilizar el continente”. El jefe de la subcomisión para América Latina, el republicano Connie Mack, advirtió: “Para aquellos países e instituciones financieras que trabajan con Irán, sepan que están socavando sanciones internacionales, la seguridad de la comunidad internacional y su relación con Estados Unidos”. Para los congresistas republicanos, el viaje de Ahmadinejad fue calificado como “gira de los tiranos”.
La semana pasada, la Alta Representante de Política Exterior y Seguridad Común de la Unión Europea, Catherine Ashton, refiriéndose al juicio que el presidente Rafael Correa sigue a El Universo, sostuvo, ante el Parlamento Europeo, que debía esperarse la decisión de la Corte Nacional de Justicia del Ecuador, advirtiendo: “Si esa Corte falla a favor de la apelación del diario, se habrá alcanzado una solución por la vía del proceso judicial; pero en caso contrario, hay obligaciones en el acuerdo bilateral Unión Europea-Ecuador y habría que ver qué acción tomamos”. En otras palabras: si la Corte falla a favor de El Universo, todo está bien; si falla en contra, entonces habrá que esperar alguna “sanción” de la UE.
Ashton y los republicanos norteamericanos están en la misma línea: la soberanía de otros países es observada a través del lente de las grandes potencias, las que se atribuyen el deber de vigilar lo que hace América Latina. Es la misma vieja actitud que ha estado presente, con demasiada frecuencia, en la historia de la región.
La diplomacia de corte imperialista no debería llamar la atención en América Latina, pues se puede demostrar, con amplitud, las múltiples injerencias, amenazas e intervenciones de las grandes potencias en la historia republicana de la región. Lo que, en cambio, tiene que denunciarse es que en una época en que Latinoamérica ha comenzado a revertir los términos del viejo imperialismo, existan, como en Ecuador, editorialistas, opinadores, líderes y políticos que por simple odio antigubernamental asumen actitudes de verdadera traición a la patria, al defender las posiciones de Ashton y los republicanos norteamericanos.