Ambato, la gran ciudad ecuatoriana, siempre se distinguió por su amor a la cultura, aunque algunos han querido negarlo. Su nombre parece de origen quichua, de jambatu: rana; esto suena muy probable.
Su fundación española es obra del mismo Benalcázar que fundó Quito en 1534. Si las ciudades llevaran un nombre cinematográfico, Ambato sería “duro de matar”.
En 1698 Ambato desapareció en un terremoto, pero el mismo año volvió a reconstruirse, comprando tierras a los indios quisapinchas.
En 1797 otro terremoto volvió a sepultar la ciudad. Y volvió a levantarse, como atestigua la historia, pues mandaron un representante al efímero Estado de Quito, en 1811. En 1820 declaran su independencia el 12 de noviembre.
En la época de la Gran Colombia, Ambato pertenece a la provincia de Chimborazo, pero en 1831 pasa a ser parte de la provincia de Pichincha y en 1835 es la sede de la segunda Constituyente. En 1861 se convierte en la capital de la provincia del Tungurahua.
El tercer terremoto que acaba con Ambato sucedió en 1949, pero los porfiados ambateños vuelven a levantar su urbe. La literatura ecuatoriana se enorgullece de Ambato, cuna de Montalvo y Mera, antagonistas políticos, aunque ambos grandes escritores.
Se dice que es la tierra de los Juanes, no por el moderno cantante Juanes, sino por Juan Montalvo, Juan León Mera, Juan Benigno Vela y Juan Bautista Luis Alfredo Martínez. Grandes promotores de la cultura que hoy ha heredado la Universidad Indoamérica, con sus proyectos culturales.
Se les decía hasta hace poco a los ambateños “guaytambos”, por la fruta que en español es albaricoque (esta última viene del árabe y significa “el abridor”). Pero antes del terremoto de 1949, el apodo era “patojos”.
Me contó mi abuela que eso se debía a sus horribles calles, lo que causaba la cojera de sus habitantes. Hoy la ciudad no tiene baches ni desorden, pero sí un exceso de multas. En Ambato siguen discutiendo la derecha y la izquierda, Mera y Montalvo, a quien festejaremos este 13 de abril. (O)