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El Telégrafo

Allende y el preludio de una primavera negra

13 de septiembre de 2012

¿Qué simboliza Salvador Allende para Chile y América Latina? Varias cosas, pero fundamentalmente el punto más alto alcanzado por el movimiento popular en sus luchas por la emancipación continental. Salvador Allende llevó hasta el máximo su compromiso político con el pueblo chileno. Sus convicciones y su coherencia no se deshicieron en la Casa de la Moneda con aquel golpe sangriento encabezado por el genocida Augusto Pinochet el 11 de septiembre 1973, fecha que daría comienzo al Plan Cóndor en el Cono Sur.

Allende, como muchos otros héroes que dieron su vida por nuestra América, fue consecuente con sus ideales y llevó hasta las últimas consecuencias su proyecto por un país con igualdad y justicia social. Era evidente que el imperio norteamericano con el inefable Henry Kissinger -premio Nobel de la Paz- haciendo las operaciones sucias no le iban a permitir bajo ninguna circunstancia que Allende diera rienda suelta a sus políticas sociales que pusieran en peligro el delicado orden político dominado desde la Casa Blanca por los EE.UU.

Es así como desde el diario El Mercurio, la embajada norteamericana y las Fuerzas Armadas chilenas se orquestó el golpe que derrocaría al frágil gobierno de Allende. Y vemos que la historia de América Latina tristemente está cortada por la misma tijera. Tijera que cortaba las tapas de los principales diarios hegemónicos de la región. El Mercurio había dejado de ser un diario chileno para convertirse en un diario norteamericano, portavoz de la embajada de ese país a Washington.

El tiempo de auge de su carrera política fue tan fugaz como el sueño de que Chile fue una nación que llevara a cabo su segunda y definitiva independencia. Es quizás el sueño de don Salvador Allende de una patria con soberanía política y con independencia económica real del capital extranjero, yendo por los claroscuros de la vía pacífica que conlleva la democracia, siempre cuestionada por su imposible cristalización en la vida política. Por ser una utopía que nunca termina de cerrar en la realidad de nuestro continente.

Aquella vieja esperanza que nunca termina de cuajar en el devenir social de una humanidad que todavía sigue dormida entre los sueños del ágora ateniense y la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano parisina de 1789. Pero como dice Friedrich Nietzsche: “La esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre”. Esto ha impedido ver más allá de la espesa selva de la democracia -sueño inclaudicable de Salvador Allende- los desiertos de una revolución de carácter foquista, también convertida en utopía. Sus interpretaciones, bastante lejos de las de Allende, dejaron huellas muy profundas en la memoria del siglo XX.

Pero como dice Eduardo Galeano: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”. Esta es la mejor lección que nos brinda Allende.

(*) Ensayista y escritor. Integrante del Centro de Estudios Históricos, Políticos y Sociales Felipe Varela, de Argentina.

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