Publicidad

Ecuador, 25 de Septiembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo

¿Aliados incondicionales?

22 de enero de 2013

Barack Obama, posesionado para su segundo mandato presidencial el día de ayer, y Benjamín Netanyahu, el gran favorito para ganar las elecciones parlamentarias de Israel el día de hoy, están de nuevo enemistados. A Obama no le causó ninguna gracia el apoyo brindado por Netanyahu a Mitt Romney durante la campaña presidencial; un descaro injerencista muy audaz por parte del Gobierno israelí. Y quizás haya sido por este motivo que la Casa Blanca optó por no desmentir la aseveración del periodista Jeffrey Goldberg de que Obama considera a Netanyahu como un “cobarde político”.

La semana pasada, Goldberg, conocido por su cercanía a Obama, escribió: “el presidente parece considerar que el primer ministro [israelí] es un cobarde político, un líder sin gran oposición que sin embargo no está dispuesto a jugarse su capital político para hacer concesiones [en el proceso de paz]”. Más sorprendente aún, Goldberg adjudica a Obama la idea de que “algún día, el mundo podría decidir que [Israel] se comporta como un Estado-apartheid”.

Estas declaraciones veladas de Obama se dan en un contexto político cada vez más preocupante en Israel. Las últimas encuestas no solo auguran que la alianza conservadora del Likud-Beteinu será el partido más votado en la Knesset, lo que permitirá que el inefable Netanyahu siga de primer ministro; sino que también anuncian un gran proceso de derechización de todo el espectro político israelí.

En particular, un nuevo partido de extrema derecha llamado “Hogar Judío”, cuya bandera de lucha son los asentamientos en la Ribera Occidental, promete sacar una importante tajada de la votación, quizás lo suficientemente significativa para que la coalición de Netanyahu tenga que incluirlos en el nuevo gobierno.

El propio Netanyahu ha radicalizado su discurso –siempre reaccionario– para demarcarse de todos los procesos de negociación de los últimos 20 años y en franca violación de los acuerdos de Oslo: oponerse a la solución de dos Estados sobre la base de las fronteras de 1967.

Los resultados de la elección de hoy podrían, entonces, agudizar este creciente distanciamiento entre Israel y un aliado hasta ahora incondicional. Ciertamente, falta aún mucho para que la administración Obama opte por una condena que tenga consecuencias concretas (económicas y sobre todo militares) que obliguen a Israel a revisar su política de construcción de asentamientos y a sentarse a negociar con madurez con los palestinos. Pero este desencuentro sin precedentes con un presidente de EE.UU. preocupa a la vieja élite política israelí. La semana pasada, el presidente de Israel, Shimon Peres, aseveró que “lo que da poder a Israel en el ámbito internacional es el apoyo de los EE.UU. [Sin él] estaríamos como un árbol solitario en el desierto”.

En los últimos años, la necedad de Israel le ha hecho perder cada vez más aliados, por lo que el apoyo de EE.UU. ha sido vital para combatir su aislamiento. Si Israel opta por radicalizar su unilateralismo colonial, las palabras de Peres podrían llegar a ser proféticas.

Contenido externo patrocinado