Bastaría leer sus mensajes a la Asamblea Nacional, entre octubre de 1906 y enero de 1907, sobre la Ley de Liberación de Derechos de Importación de Víveres, para reafirmar que Eloy Alfaro era un gran estadista y hasta un “economista popular y solidario”: piensa en la gente, en los campesinos y en los productores locales, cuando cierta oligarquía prefería importar cereales de California o azúcar del Perú.
Como una lección pedagógica para ciertos economistas ortodoxos, formados en la escuela más rancia neoliberal, esos mensajes son una “joya” del pensamiento alfarista y sustentan toda una concepción de otra economía para un país pobre.
Cómo será de trascendente esa visión económica que el presidente de Colombia, Alfonso López Pumarejo, dijo que su “exitosa política económica” (que significó el impulso a la industrialización y desarrollo interno en su país) la aprendió de Alfaro durante su estancia en Ecuador. Por eso no es difícil ni extraño decir que Alfaro vive como una presencia histórica, simbólica y hasta cultural en el Ecuador. Vive de muchos modos y todavía nos atraviesa su angustia: construir una nación imbuida de identidad, progreso, desarrollo equitativo y sin injusticias.
Las cartas de octubre de 1895 sobre los indios y las mujeres son una revelación política para muchos estudiosos contemporáneos. Y en otras tantas más define su visión trascendente sobre el modelo de país que quiere, pero sabedor también de los intereses que afectaba y las consecuencias fatales que adquiría.
Son ya 100 años desde el horrendo crimen que se detalla con gran dolor en “Los victimarios de Alfaro”, de José Peralta, unas páginas que provocan llanto, rabia e indignación. Y tras ese tiempo caben dos preguntas: ¿Está vigente su propósito revolucionario radical? ¿Somos conscientes de que esa lucha sigue y que para concretarla hay que superar mezquindades políticas, regionalistas y económicas dentro del mismo bloque político que enarbola sus banderas?
Hay sobre él admiración y reconocimiento histórico, casi al mismo nivel, en el plano local, que el que tiene hasta ahora, en nivel continental, Simón Bolívar. Y eso no quita el reconocimiento internacional que pesa sobre él, porque su compromiso por la emancipación social y económica del continente tuvo eco y acción efectiva en otros países. Sin embargo, como toda historia se lee desde un presente y ahora vivimos uno marcado por una presencia alfarista en el discurso oficial, algunos sectores han querido destacar las “manchas” de Alfaro con el solo propósito de colocar en este presente una distancia con el actual mandatario.
Si la generosidad y hasta derroche que despliegan algunos medios con la banalidad farandulera la tuvieran para con la historia potente de nuestro país, colocarían en escena debates y reflexiones profundas sobre el sentido y significado de 100 años de la muerte de Alfaro, para construir referentes y ejes simbólicos en las nuevas generaciones.
Y para decir sin temor ni recelo que ¡Alfaro vive, carajo!