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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

Alemania vs. Grecia

24 de febrero de 2015

Injustamente disfrazada de seriedad y moderación, la trágica intransigencia del Gobierno alemán está poniendo en escena un drama colosal, un thriller sicológico y político de proporciones continentales. ¿Su declarada víctima sacrificial? Grecia. ¿Pero cuál es la verdadera víctima de fondo? Detrás del ataque al país helénico está el posible naufragio de algo más amplio: es la misma idea de Europa la que está en peligro al navegar por las aguas más agitadas de su historia pos-guerra.

La afirmación no es un disparate. En primer lugar, es menester desenmascarar la pretensión de rectitud de los teutónicos: su postura de total cierre con respecto a las peticiones griegas es extremista y violenta. Lo es en la medida en que desestima la voluntad de un pueblo entero de levantarse después de la imposición de condiciones inhumanas, deslegitima por completo su soberanía nacional, pone en primer plano la hipócrita honorabilidad de deudas auspiciadas por la insistencia de un capital financiero irresponsable mientras pasa por alto la gravísima crisis humanitaria que atraviesa el país. La actitud de Alemania evidencia, además, su pretensión de control y dominio sobre lo demás del continente: la ansiedad enfermiza con la cual vigila sobre la actuación de los griegos es sintomática de la voluntad de hacer cumplir uno de los mecanismos clave que le han permitido ocupar la posición central y despótica que ahora ocupa. Ese mecanismo es la producción continua de excedentes finalizada al endeudamiento ajeno: una lógica mercantilista perversa cuyo riesgo es la ruptura de los vínculos de confianza y amistad que deberían existir entre países que pertenecen al mismo bloque.

El acuerdo para un préstamo ‘puente’ entre Grecia y ‘las instituciones’, así como ha sido rebautizada la troika, en efecto es solamente la postergación de la guerra. Porque, frente a la testarudez alemana, no es posible pensar en otros términos que no sean los de un enfrentamiento entre dos visiones de Europa a las antípodas. Volviendo al acuerdo, el periodista inglés Paul Mason lo ha definido metafóricamente una “estrecha derrota fuera de casa” para Syriza. Sus cláusulas siguen en el marco de la austeridad, con algunas pequeñas conquistas que permiten al gobierno de Alexis Tsipras un margen de maniobra en el diseño de políticas de crecimiento, redistribución y alivio de la pobreza. El rechazo de un acuerdo no era posible por dos razones: por un lado hubiera significado un colapso inmediato del sistema bancario del país -el escenario catastrófico por excelencia-, mientras por el otro hubiera conllevado una salida del euro y un incumplimiento de la deuda que Syriza no está aún en condición de manejar apenas un mes después de su posesión.

Y además no respondía al mandato popular recibido: la idea de fondo no es la de salir del euro golpeando la puerta, sino la de demostrar que Grecia se quiere seguir colocando en ese espacio político, siempre y cuando su dignidad sea respetada. Ese horizonte, sin embargo, se va agotando. Los siguientes cuatro meses serán esenciales para volver a la mesa de negociación con ese espectro. ¿La señora Merkel está realmente dispuesta a hacer añicos el sueño de integración europea?

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