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El Telégrafo

Adulonería, servilismo y martirio

29 de agosto de 2013

La frase “eres mártir” la he escuchado en varios contextos, pero nunca en la connotación con la que la utilizan muchos jóvenes en la actualidad, para advertir a alguien de las consecuencias que le acarrearía prohijar una posición responsable sobre algo que afecta su dignidad como persona.

Pobre argumento para justificar actitudes que buscan: conservar sus empleos, generar compromisos, aceptar prebendas, comprar lealtades, aspirar a escalar posiciones de mando, renunciar a valores morales y despreciar principios. A eso se agrega: irrespetar antiguos esquemas de valores, negar amistades, traicionar a cambio de promesas, responsabilizar a otros de la falta de escrúpulos, adoptar una funesta complicidad con los corruptos y proscribir la confianza y la sensatez.

Dicho en lenguaje sencillo, adulando a los que tienen un poder temporal y siendo contemplativos y serviles con sus abusos, para sacar algún provecho sin importarles el irrespeto por el derecho ajeno. Por lo dicho antes y por mucho más, repudio la adulonería, comúnmente llamada “lambonería”.

Porque así es la mayoría de la gente en estos tiempos, que quiere gozar del favor de todos, bajo la falsa premisa de no verse envuelta en problemas de ningún tipo, con tal de asegurar su influencia en una comunidad cada vez más proclive a la corrupción de su propia persona. Muchas máscaras se caen con estas actitudes y convierte en seres frustrados a las personas sin criterio propio.

Esta es una costumbre dañina no solo para las personas y sus familias sino para toda la sociedad, caracterizándolas por estar siempre posponiendo las soluciones a sus problemas, o preocupándose por la vida de los demás.

Servilismo es actuar por temor, motivado por los caprichos del otro. Servir cristianamente es obrar con amor, motivado por la necesidad del prójimo. Servilismo es actuar con apocamiento ficticio con tal de recibir algo a cambio. El servicio cristiano es auténtico, es sacrificio sin esperar honores ni reconocimientos. En consecuencia, el servilismo rebaja, mientras que el servicio nos enaltece ante los ojos de Dios.

El martirio no es ni puede ser desvalorizado de esa manera. No puede desprestigiarse la expresión o que martirizarse signifique una acción negativa que pervierta lo que es consustancial a ella. El martirio es algo tan sublime que implica desprendimiento y asumir responsabilidades ajenas, si las circunstancias lo ameritan.

Por tanto, aconsejar a otro que no se sacrifique por su prójimo para conservar un estatus, traicionando lo más preciado que puede tener un hombre que es su dignidad, sin duda, equivale a una perversión de la moralidad que deben tener los actos.

No hay peor perversión que aquella que apunta a desvirtuar los sentimientos más nobles. Sentimientos como el de Jesucristo, que se inmoló por nosotros, para que recuperemos la libertad a través de su victoria sobre el pecado.

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