La transportación, tanto urbana como interregional, es básica para pensar la sociedad, y el Estado e instituciones deben ser su principal garante.
Las víctimas de accidentes de tránsito, usuarios de vehículos livianos, como bicicletas, motos u otros, como autos y buses, superan las muertes y heridos de las mismas guerras. Probablemente en lo que va del año llevamos al menos 500 fallecidos y 4.000 lesionados.
Quién sabe con qué estudio serio se ven las causas de los accidentes viales. Aquí en nuestro país, como en cualquier tema, las casuísticas de los fenómenos humanos y sociales son asumidas desde el sentido común y mitos reforzados por el matrimonio feliz entre instituciones oficiales y medios de comunicación. Entonces las políticas de la seguridad vial están basadas en teorías absurdas y obsoletas.
Se cree como principal responsable de los siniestros al factor humano (la pericia de los conductores, por ejemplo). A estas alturas y con la frecuencia de los siniestros, ese cuento es sospechoso.
Reparemos en que los accidentes se concentran en tramos peligrosos o en su defecto, en lugares “famosos” por su recurrencia, que además cuentan con nombres como “curva de la muerte”. Eso responde nada más a que existe infraestructura precaria, mala señalética y falta de vías inteligentes.
Tener una estructura vial muy segura está fuera del plan. Por ejemplo: los ciclistas son víctimas porque no cuentan con vías adecuadas, y eso es un problema político, tecnológico e institucional, no humano. De la misma forma se explicaría la mayor parte de problemas de tránsito.
Aún se cree que las prácticas tercermundistas de solo educar y la muy rentable de sancionar, resolverán las masacres en las vías. ¿Se han resuelto hasta hoy?
Las sociedades, mientras más complejas se vuelven, requieren mayor gasto social (que resulta más caro) y no más sanción o educación antidesarrollo.
Al presente queda demostrado que las medidas de control, el régimen policial o los radares no evitan las catástrofes viales. (O)