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El Telégrafo

Abstinencias

24 de enero de 2012

Tengo amigos escritores que ven y sienten el fútbol de distinta manera. Abdón Ubidia, por ejemplo, solo se aproxima a él cada cuatro años, en los mundiales y no para disfrutar todos los partidos, uno que otro no más. Esta, como algunas otras, me parece una penosa abstinencia. Raúl Vallejo, amarillo de vocación, al fútbol me refiero, dice que este es un deporte espectáculo que no debe ser ideologizado. Argumento que debió utilizar en aquellas épocas que Barcelona fue cooptado por el populismo social cristiano y del PRE, cuando, creo yo, les costaba mucho seguir fiel a esa divisa maltratada por la política. Desde ahí Barcelona se fue al garete y le siguen echando la culpa al pobre Makanaki.

Dicho esto, queda claro que escribir con verosimilitud no produce necesariamente una buena aproximación a este bello y popular deporte. Yo escucharé a mi apasionado corazón y gritaré, maldeciré, tomaré partido y dejaré que mi piel me diga lo que hay que sentir. Desde que otro intelectual, esta vez un español de Madrid, Juan Pablo Pérez, hincha del Athletic de Bilbao, me contó la historia del Real Madrid, aquella que lo puso al servicio del franquismo, parte del aparato propagandístico, me decanté culé por antonomasia. Y ese barcelonismo catalán me ha permitido vivir en estos años una verdadera fiesta popular, con enorme regocijo.

Busco noticias del fútbol y por andar en ello me topo también con las otras, de esas que producen vergüenza y rabia, que no es pasajera, al contrario de las efímeras emociones futboleras. Por ejemplo, lo que está haciendo la derecha española, vinculada al PP, estos a su vez hijos del franquismo, con el juez Baltasar Garzón. Una parte de España, la retrógrada, ha creído que solo se puede ir al futuro sin mirar atrás, ese pacto propusieron a los demás para así perder la memoria de tanto muerto víctima del franquismo. Garzón no es de esos e indagó, quiso cerrar esa herida como se debe: con la verdad. Pero hay una España que prefiere el oprobio y la vergüenza y hoy Garzón está absurdamente amenazado.

En algo el fútbol se parece a la vida misma, se juega como se vive, decía Maturana; y nosotros también andamos como tontos, creyéndonos que un poquito de euforia sirve para trampear, para olvidar. Ese socialcristianismo que se sirvió del fútbol nos quiere hacer tragar una amarga: la bofetada del monumento a Febres-Cordero. Como adelantándose, como queriendo burlar a la historia, como si la impunidad fuera buena para dignidad de un pueblo.
Ver suficiente fútbol y acompañarlo con todas las lecturas posibles, incluso políticas, es mi elección, a pesar de mis amigos escritores.

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