El 20 de febrero celebramos el día del abogado y de la abogada. Recuerdo cómo los jóvenes estudiantes mantienen sus pupilas dilatadas cuando en clase explicamos los fundamentos de la libertad, de las revoluciones que dieron origen a las constituciones sociales, de las luchas feministas, de los trabajadores, de los pueblos indígenas y de los demás colectivos que han sido históricamente discriminados por la sociedad de clases. La juventud que rodea los veinte años es crítica natural de la realidad.
Cuando nos graduamos de la carrera de Derecho buscamos un trabajo que nos permita mantenernos dignamente. De estudiantes sin recursos pasamos a tener una profesión prometedora y las ilusiones, en muchos casos, van quedando atrás por la urgencia cotidiana y los buenos beneficios que da el ejercicio; sin embargo, he visto a mis estudiantes de posgrado resistir a la indiferencia.
Viajan desde distintas provincias para nutrirse y ser cada día mejores profesionales. Les he visto debatir con vehemencia las alternativas para mejorar la administración de la justicia y servir mejor a quienes se encuentran en situación de vulnerabilidad.
Uno de ellos acaba de ganar un juicio con una defensa extraordinaria a una mujer en situación de violencia que actuó en legítima defensa; otro, un fiscal en la Amazonía, está promoviendo una sentencia intercultural que seguramente será un referente nacional.
Dos extraordinarias abogadas indígenas demuestran con sus estudios cómo fortalecer las justicias indígenas.
Sabemos que la defensa de las causas justas no es fácil, sino de resistencia, así lo ha confirmado también nuestra defensora del pueblo transitoria, Gina Benavides, quien, pese a los injustos ataques recibidos, ha demostrado que los derechos humanos no se negocian con el poder político y que una auténtica defensoría debe estar al servicio del pueblo sin importar a quién incomode.
Después de Gina ya no habrá paso atrás en la defensoría.
Por todo esto, gracias. (O)