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El Telégrafo

A los militantes de la vida

03 de noviembre de 2012

“Cantamos porque llueve sobre el surco y somos militantes de la vida y porque no podemos, ni queremos dejar que la canción se haga cenizas”; así  Benedetti escribió desde su exilio iniciado con la dictadura militar en Uruguay.

Durante diez años y a pesar de estar lejos de casa, el poeta siguió militando en la izquierda, en sus versos se manifestó contra la infamia y levantó la mirada al continente; como él, grandes artistas en el mundo entero denunciaron a tiranos en sus letras. 

Las historias de muchos seres humanos dotados de sensibilidad y enfrentados al poder, transcurren en el canto de Víctor Jara y Violeta Parra en el Chile gobernado por el miedo, que arrancó las manos, pero no la voz. Son parte de las canciones de Mercedes Sosa, Víctor Heredia y León Gieco, que hoy en día tarareamos con el corazón.

Y están las “casas de cartón” de Alí Primera, retratando la desigualdad en Venezuela con un “no basta rezar”. Historias plasmadas en los cuadros de Guayasamín que pintó el sufrimiento de los más humildes, en la “Elegía de las Mitas” de César Dávila Andrade y en el “Huasipungo” de Jorge Icaza, obra representativa de la literatura ecuatoriana.

En días pasados, el Teatro Nacional de la Casa de la Cultura en Quito acogió a un grupo de músicos y técnicos que junto a Víctor Manuel y Ana Belén despertaron al público al ritmo de “Soy un corazón tendido al sol”, “Solo le pido a Dios”, o un más actual “Peces de ciudad”. Pero sin duda fue la melodía que destierra la desmemoria de la guerra civil española que recordó la valía de su generación y de inmediato contagió al auditorio motivando un repaso colectivo de: “cómo voy a olvidarme, de todas las derrotas, de tantos humillados de las familias rotas (…), cómo voy a olvidarme, ya sé que les estorba, que se abran las cunetas, que se miren las fosas (…) y que se haga justicia sobre todas las cosas, que los mal enterrados ni mueren ni reposan”.

Este espacio resulta pequeño para hablar de aquellos que se indignaron ante la injusticia, quienes fueron objeto de censura y aun obligados a salir de su tierra siguieron mirando, escribiendo y creando, condiciones que los diferencian de quienes hoy son parte de la material industria de la “payola” y el espectáculo.

A ellos y ellas, obreros de los versos y armonías, es preciso un homenaje, no a la venta de sus discos, llenos de escenarios, premios recibidos o valor de sus cuadros; sino a esos militantes de la vida que identificados con su pueblo nos recuerdan que “todavía cantamos”.

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