El mundo contemporáneo vive en la actualidad una crisis de civilización. No se trata de algo pasajero que pronto encontrará una solución para su alivio. La crisis es civilizatoria y entra en los dominios de la sociedad, la naturaleza y la cultura. Ya no es posible hablar solo de una crisis económica que golpea a una parte del mundo, sino de algo mucho más profundo, de algo que se ha ido acumulando con el tiempo y que hoy es evidente que está fuera de control.
La crisis actual del capitalismo es una consecuencia de la extrema libertad otorgada por el Gobierno estadounidense al sistema financiero local -como extensión de la ideología neoliberal- y del libertinaje del que goza el capital financiero a nivel mundial. Una muestra de ello son las asombrosas facilidades que brindan los paraísos fiscales, a lo cual hice referencia en dos artículos anteriores a propósito de los Offshore Leaks, para constituir empresas en sus mágicos territorios: una conexión a Internet, una tarjeta de crédito, diez minutos y menos de 700 euros. Eso es todo lo que se necesita para establecer una compañía offshore, según incluso la tan cuestionada, y con justa razón Transparency International. Por cierto, las grandes fortunas no solo se evaden en islas paradisíacas, sino también en países como Suiza, de acuerdo a la propia Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
Al otro lado del Atlántico, muchos países europeos fracasan. Europa está buscando de manera desesperada espacios comerciales y lugares de inversión para aliviar su crisis. Como una pequeña muestra de la situación que allá se vive, noticias recientes de Grecia -uno de los países más golpeados por la crisis- afirman que el 10% de los alumnos de educación primaria y media padece “inseguridad alimentaria”.
El sur no puede continuar siendo partícipe de las mismas experiencias y modelos de vida que hoy fracasan en el norte. No puede arriesgarse a comprar esta crisis (Portugal, Italia, Grecia, España, Chipre). El neoliberalismo y todas sus formas reales o disfrazadas fueron ya experimentados y descubiertos en varios de nuestros países.
No nos es posible continuar empecinados imitando los ejemplos del fracaso. Sentimos, incluso, mucho temor por lo que pueda ocurrirles a los que se mantienen en esa ruta, recogiendo viejas recetas -aperturas indiscriminadas, privatizaciones y tratados de libre comercio- que, a la larga, se convierten en actos de negación de su propio futuro y terminan deprimiendo a sus pueblos. Eso es lo que todo país debe poner en la balanza a la hora de la hora.
América Latina y el sur aspiran a mirarse en sus propios espejos. No vivimos una ilusión sino la realidad que ahora mismo estamos presenciando, sin temor y con una gran dosis de esperanza en el futuro.