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El Telégrafo

A la hora de la hora

24 de abril de 2013

El mundo contemporáneo vive en la actualidad una crisis de civilización. No se trata de algo pasajero que pronto encontrará una solución para su alivio. La crisis es civilizatoria y entra en los dominios de la sociedad, la naturaleza y la cultura. Ya no es posible hablar solo de una crisis económica que golpea a una parte del mundo, sino de algo mucho más profundo, de algo que se ha ido acumulando con el tiempo y que hoy es evidente que está fuera de control.

La crisis actual del capitalismo es una consecuencia de la extrema libertad otorgada por el Gobierno estadounidense al sistema financiero local -como extensión de la ideología neoliberal- y del libertinaje del que goza el capital financiero a nivel mundial. Una muestra de ello son las asombrosas facilidades que brindan los paraísos fiscales, a lo cual hice referencia en dos artículos anteriores a propósito de los Offshore Leaks, para constituir empresas en sus mágicos territorios: una conexión a Internet, una tarjeta de crédito, diez minutos y menos de 700 euros. Eso es todo lo que se necesita para establecer una compañía offshore, según incluso la tan cuestionada, y con justa razón Transparency International. Por cierto, las grandes fortunas no solo se evaden en islas paradisíacas, sino también en países como Suiza, de acuerdo a la propia Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).

Al otro lado del Atlántico, muchos países europeos fracasan. Europa está buscando de manera desesperada espacios comerciales y lugares de inversión para aliviar su crisis. Como una pequeña muestra de la situación que allá se vive, noticias recientes de Grecia -uno de los países más golpeados por la crisis- afirman que el 10% de los alumnos de educación primaria y media padece “inseguridad alimentaria”.

El sur no puede continuar siendo partícipe de las mismas experiencias y modelos de vida que hoy fracasan en el norte. No puede arriesgarse a comprar esta crisis (Portugal, Italia, Grecia, España, Chipre). El neoliberalismo y todas sus formas reales o disfrazadas fueron ya experimentados y descubiertos en varios de nuestros países.

No nos es posible continuar empecinados imitando los ejemplos del fracaso. Sentimos, incluso, mucho temor por lo que pueda ocurrirles a los que se mantienen en esa ruta, recogiendo viejas recetas -aperturas indiscriminadas, privatizaciones y tratados de libre comercio- que, a la larga, se convierten en actos de negación de su propio futuro y terminan deprimiendo a sus pueblos.  Eso es lo que todo país debe poner en la balanza a la hora de la hora.

América Latina y el sur aspiran a mirarse en sus propios espejos. No vivimos una ilusión sino la realidad que ahora mismo estamos presenciando, sin temor y con una gran dosis de esperanza en el futuro.

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