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El Telégrafo

A Juan Hadatty

19 de octubre de 2013

Por primera vez no podré llevarte, para que lo revises,  el texto escrito para El Telégrafo, como lo hacía cada semana. Tu comentario me es indispensable. Desde hace 50 años compartimos las cosas sencillas y las trascendentales de la vida. Estuve a tu lado cuando fallecieron tus padres y lloré en tu hombro la partida de los míos y de tantos seres queridos que se han adelantado en esta marcha hacia el silencio. Nos congratulamos mutuamente en los momentos alegres y buenos, y también en los de tristeza y desaliento, en los cuales tu natural optimismo buscaba siempre la luz al final del túnel.

Qué difícil resumir en pocas palabras la que fue tu existencia. Tus años primeros y adolescentes en Bahía, que se mantenían en tu memoria como en un cofre, que podía abrirse en las horas de desconsuelo para  recobrar fuerzas con el recuerdo del Sol y el mar, junto a  tus padres, hermanos y  viejos amigos. Siempre quisiste el regreso final a la tierra que te vio nacer; por eso tus amadas cenizas irán al océano de tu infancia.

Como decía el “Che”, te dolían las injusticias en cualquier lugar donde se dieran y alegrabas tu corazón con las buenas nuevas de este mundo que cambiaDesde que te conocí admiré tu inteligencia, tu afán de trabajo permanente para remontar sin amargura la pobreza. Luchaste mucho, decías, para poder dedicarte enteramente a la cultura. Las artes plásticas fueron tu pasión. Conociste y tuviste la amistad de los viejos maestros: Rendón, Palacio, Espinel, Andrade Faini, Araceli y tantos otros; y de tus contemporáneos: Judith, Swett, Tábara, Miranda, Aráuz.

Escribiste mucho sobre ellos y también sobre los más jóvenes. Cuando actuaste como jurado en los salones de Octubre y Julio, en el de Ambato y otras localidades, tus juicios fueron acertados, justos e independientes. Fuiste íntegro y apasionado por la belleza y por la vida. Como decía el “Che”, te dolían las injusticias en cualquier lugar donde se dieran y alegrabas tu corazón con las buenas nuevas de este mundo que cambia y, sobre todo, con las del Ecuador y su Revolución Ciudadana, cuya realización pensaste no alcanzar a ver.

Recuerdo nuestras esperanzas cuando recién casados creamos el Café 78, en el cual llegó a reunirse lo mejor de la intelectualidad ecuatoriana, con Benjamín Carrión a la cabeza. Igualmente en las exposiciones que armaste y en la Galería del Puerto en la que trabajaste hasta el final, como experto en obras de arte.

Esposo, padre y abuelo entrañable, enriqueciste nuestras vidas con tu vigor y cariño. En estos días aciagos, recibiste el testimonio de mucha gente que te respetó y apreció. Mientras viva estarás conmigo.  Hasta siempre, amado compañero.

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