Ecuador cumple 40 años de democracia en medio de una crisis que cuestiona su sistema político. Durante estos años, el país atravesó al menos tres momentos diferentes. Tras una primera etapa de débil constitución institucional y posicionamiento de las fuerzas políticas tradicionales, los noventa se caracterizaron por una democracia secuestrada por élites distanciadas de su función pública y por los efectos de una doctrina neoliberal que quiebra el sentido social de la política.
A inicios de siglo, el escenario de crisis de representación deviene en terreno fértil para el personalismo de un outsider que impulsa un sistema de partido único y un grave proceso de desinstitucionalización democrática.
Durante el período de la Revolución Ciudadana, la concepción de la democracia representativa fue reduciéndose a una limitada visión procedimental que exalta las elecciones como requisito suficiente para validar un régimen; un mecanismo de legitimación que invisibilizó el metódico debilitamiento de otros elementos centrales de la democracia.
El reciente proceso electoral vuelve a develar los límites del sistema político nacional. La fragmentación de la oferta partidista expone carencias orgánicas y liderazgos de frágil legitimidad. Con una política vaciada de contenido, prima un principio de escueta mayoría, devaluando la calidad de la representación. Mientras, la ciudadanía entra en un nuevo ciclo de desafección política con altos niveles de indecisión a un mes de los comicios.
En términos normativo-institucionales es el proceso electoral más caótico de los últimos años, con improvisadas modificaciones procedimentales, un cuestionado Código de la Democracia y la elección de una instancia como el CPCCS que contradice el sentido de la representación, generando distorsiones en el concepto de participación ciudadana y en la institucionalidad del Estado.
Tras 40 años de tropiezos, se vuelve imperativa la reflexión colectiva respecto del destino de la democracia en Ecuador. (O)