Un gran amigo me dijo en voz alta y mirándome a los ojos: “Rafael Correa ha sacado lo peor de nosotros”. La frase me quedó retumbando y le he dado varias vueltas. Podría virarla y decir que sacar lo peor también puede mostrar lo mejor de cada uno. O sea: cuando uno “saca lo peor” puede también revelar todo lo contrario. Quizá.
Lo cierto es que el fenómeno político llamado Rafael Correa, este año que culmina, se solidificó mucho más. De hecho, él mismo ya tiene un pasado político (lleva cinco años en el poder), ha construido un pensamiento y un estilo en el ejercicio del poder, pero también ha configurado y ha “sacado lo peor” de sus adversarios. Lastimosamente, esos adversarios no han mostrado lo mejor, han respondido con lo peor y no devuelven políticamente su animadversión sino muy visceralmente. Por eso estaría bien mirar, si de balances se trata, por dónde es que camina el Ecuador político en tiempos de Rafael Correa y cómo se configura el escenario político del próximo año.
Por un lado, se ha exacerbado el espíritu liberal de la oposición (muchos son más liberales que el propio John Locke): la izquierda recurre a los viejos modelos y consignas que casi comulgan con el moderno liberalismo y la derecha se agazapa a la espera de su momento para reaccionar. Mientras tanto, como siempre, deja que otros quemen llantas y también algunos cartuchos. Ese liberalismo (de izquierda y derecha) pone en debate, supuestamente, la neutralidad de las leyes y de los procesos jurídicos y legislativos. Y con ello crea la falsa imagen de respeto, moralidad y valores universales, como si la democracia fuese un modelo único cimentado y auspiciado solo por esos principios.
Del otro lado, Rafael Correa ha hecho de la política un ejercicio pragmático y efectivo: reivindicando su condición de izquierda no se casa ni calza con las fórmulas que ponen el Paraíso a la vuelta de la esquina, sin considerar a la gente y sus necesidades; impone su visión y estilo más allá de los formalismos de la Presidencia para generar debates desde el hacer y no solo desde el deber ser. Su dinámica, incluso, se adelanta a la de su propio movimiento político y este no le abre caminos ni siembra lo que va dejando, quizá porque no lo interpreta como un conductor sino solo como un líder. Por eso, ahora la dinámica política tiene otros argumentos para el análisis y parece que estos, para la oposición y la prensa, solo se concentran en el estilo del Presidente y no en lo que está sembrando y, de a poco, cosechando.
Por ejemplo, el crecimiento económico de este año ha sido entendido solo como un éxito de gestión administrativa cuando en realidad es un síntoma de un proceso político orientado hacia otras proyecciones y con otros contenidos, hasta ideológicos. Pero también hay una dinamia en la sociedad que no se somete solo a la política confrontacional y adquiere otros roles al afrontar tareas y nuevas demandas para mejorar la educación, la vida intrafamiliar, nuevas expectativas de vida comunitaria y, sobre todo, elevar la calidad y expectativa del bienestar.