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El Telégrafo

13’999.999

17 de mayo de 2013

En una investigación realizada por el Dr. Horacio Croxatto y María Elena Ortiz, y publicada por la Revista Chilena de Obstetricia y Ginecología en el año 2004, se concluía que “el levonorgestrel (componente activo del Postinor 2, o la “pastilla del día después”) previene el embarazo solamente cuando se administra en un momento del ciclo menstrual en el cual se puede impedir la fecundación y que el método falla cuando la administración es más tardía”. No es una píldora abortiva. El estudio tampoco habla sobre el matrimonio homosexual, ni del divorcio, ni de la educación sexual, ni de la familia, ni de la adopción. Es decir, no mezcla en la misma canasta a cuanta agenda quiera atender. Los 14 millones sí.

Hay una amalgama de razones que convoca a una marcha que se pretende cobijar bajo una cuasi doctrina judeocristiana donde, al parecer, todos estamos incluidos y a la cual todos debemos adherirnos. Yo puedo estar muy en contra del aborto, pero no por eso creeré en la demonización de los métodos anticonceptivos, ni en la homogeneidad familiar, ni en la educación sexual desde la ignorancia.

La marcha es inverosímil en un país con la tasa más alta de embarazos adolescentes de la región. Una marcha que quiere detener que “los niños, niñas y jóvenes reciban una educación sexual sin valores”. ¿Qué tipo de educación sexual pretenden dar? ¿La de la satanización de las relaciones sexuales? ¿La de medias verdades? ¿La que, por su desinformación, termina llevando a tener la tasa más alta de embarazos adolescentes de la región? La educación sexual, al igual que cualquier otro tipo de educación, debe ser dictada con responsabilidad. Darla, precisamente, previene “la promiscuidad y todo tipo de relaciones irresponsables”, de lo que tanto se preocupan los 14 millones. Si no, miremos a nuestro alrededor, los vicios que condena la marcha son precisamente producto de esa falta de educación sexual.

Decir 14 millones peca de astucia. Decir 14 millones, necesariamente excluye a esas minorías, cada vez menos minorías, que reclaman, que reclamamos, un ejercicio pleno de nuestros derechos de representación dentro del Estado. Decir 14 millones es venderle un panfleto moralista anacrónico a quien no lo quiere. Decir 14 millones suena a un intento desesperado por limitar las oportunidades que ellos, al parecer los 14 millones, sí tuvieron. Por mi parte, solo serán 13’999.999.

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