Cobarde y artero fue el asesinato de Eloy Alfaro y su grupo acompañante, y como que allí comenzó la infamia de una centuria: No menos grave resulta que la historia administrada por los poderes fácticos con una concurrencia concupiscente de la ultraderecha curuchupa, la prensa oligárquica corrupta y los politiqueros, haya mantenido oculta una serie de circunstancias que agudizaron al más espantoso y sádico crimen político ocurrido en el Ecuador.
Las autoridades de turno, enredadas en el complot criminal, apresaron a las víctimas, las trasladaron a Quito al Penal García Moreno, facilitaron la entrada de los asesinos al panóptico y no hicieron absolutamente nada para impedir la masacre que estaba previamente planificada.
Los desertores, traidores, contrarrevolucionarios, con Leonidas Plaza a la cabeza, que se llamaban liberales pero odiaban a Alfaro, y conspiraban, heridos por la afectación de los cambios, fueron parte de la conjura.
Mientras tanto, cierta clerecía fanática desde los púlpitos envenenaba a los feligreses vociferando contra el proceso impulsado por el General Alfaro y sus seguidores, acusándolos de ser verdaderos demonios, envenenados revanchistas, amargados por la implantación del laicismo en la educación, la opción del divorcio conyugal, la separación de la Iglesia del Estado, entre otros cambios radicales.
Y, por otro lado, desde entonces la inefable prensa comercial, específicamente el diario El Comercio de Quito, promocionando el odio rabioso, mintiendo, calumniando, difamando el Jefe liberal, para luego de la hoguera bárbara que ellos ayudaron a encender, aparecer durante estos 100 años como dolidos por el magnicidio.
Durante 100 años los verdaderos responsables mantuvieron la peor y más infame de las mentiras: aquella de que fue el pueblo de Quito, el mismo del levantamiento del 10 de Agosto y combatientes del 24 de Mayo, el que asesinó, arrastró y quemó los cuerpos de las víctimas: La infamia mayor es haber ocultado a los verdaderos promotores, en calidad de autores intelectuales del crimen colectivo, y endilgárselo falsamente “al pueblo de Quito”.
Desde entonces, el pensamiento de izquierda es el que empieza a rescatar la imagen combativa y revolucionaria de Alfaro y es Alfredo Pareja Diezcanseco, del grupo de escritores Guayaquil, cercanos al marxismo, el que bautiza con el nombre de “La hoguera bárbara” la culminación del asesinato del General, eterno insurgente, con estirpe de luchador sin claudicaciones ni retrocesos.
Tenía que llegar un gobierno con inspiración revolucionaria para que empiece a salir a luz la verdad.