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El Telégrafo
 Pablo Salgado, escritor y periodista

Todos somos Charlie Hebd

09 de enero de 2015

En verdad conmueve y duele. Nada lo justifica. Semejante acto merece el repudio y la condena. Nadie puede asesinar en nombre de Dios. La muerte de 12 personas en el ataque al semanario Charlie Hebdo pretende acallar la voz del otro. Pretende matar la libertad y la democracia. Pero, obviamente, no lo consiguieron ni lo conseguirán. Por el contrario, todos somos Charlie Hebdo y todos seguiremos pensando, opinando, editorializando, dibujando y escribiendo libremente.

Siempre se ha dicho que el humor es un asunto serio y Augusto Monterroso decía que la risa es el orgasmo de la inteligencia. Por eso, matar o perseguir siempre es más fácil que hacer reír. Y como bien decía ayer Javier Pérez Andújar: “El ruido de una bomba (o de un disparo) puede menos que el estallido de una carcajada”. El humor y el buen periodismo siempre buscarán la verdad oculta. Esa será siempre su misión y su deber. Y no habrá plomo alguno que mate una pluma.  

Sin embargo, el atentado en pleno centro de París no es un hecho aislado, sino que forma parte de ese proceso de intolerancia, sobre todo religiosa, que se agudiza y se extiende cada vez más en todo el mundo y particularmente en Europa. Con cada acto terrorista continuará extendiéndose la ‘islamofobia’, en una escalada de dolor y muerte. En Alemania, los denominados Patriotas Europeos marchan contra la ‘islamización de Occidente’. Y en la propia Francia (aquella de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad), el Frente Nacional (de la familia Le Pen) gana las elecciones con un discurso intolerante contra todo signo de diversidad cultural y religiosa.    

Y hay que admitirlo, Occidente no ha aprendido las lecciones que nos dejó el atentado a las Torres Gemelas, aquel 11 de septiembre de 2001. Muy pocos se preguntaron: ¿por qué el mundo (musulmán) nos odia tanto? El actor Willy Toledo decía ayer: “Occidente asesina diariamente sin ruido. El Pentágono y la OTAN bombardean y destruyen países enteros, asesinan millones cada día”. Y se pregunta: “¿De verdad esperaban que no hagan nada?”.  

Pero nada, ni nadie, podrá justificar la muerte y la violencia. Y menos en nombre de un dios. Las decapitaciones, exhibidas en video a todo el mundo, son actos inhumanos de infinita crueldad. Por eso, para responder con la pluma y no con el plomo, el asesinato de doce personas (dos policías, un economista, cuatro dibujantes, cinco periodistas) debe servir para fortalecer la democracia, profundizar el ejercicio pleno de las libertades; de pensamiento, de conciencia, de expresión. Y también debe servir para reflexionar sobre la forma en que estamos abordando, en Occidente, la migración, la discriminación y el racismo.

La mejor forma de convertirnos en Charlie Hebdo será continuar haciendo uso del humor, no solo como arma política (que también lo es), sino como remedio infalible contra la solemnidad, la falsedad, la corrupción y la mentira. Que la muerte no nos ciegue, que la barbarie no nos derrote.      

Finalmente, rebota en mi cabeza lo que, en redes sociales, un usuario decía, también ayer: “El autocorrector me cambia Mahoma por Madonna. No sé si quiere salvarme o acabar conmigo”.

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