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El Telégrafo

Responsable de la seguridad y el orden público

16 de octubre de 2012

En esta época dinámica, de un tiempo a esta parte se repite hasta la saciedad, con mezquino y novelero afán, que para pasar bien en la vida debemos ser “emprendedores”. Antaño este vocablo se usaba para señalar a quienes realizaban acciones dificultosas o azarosas, pero ahora sirve para individualizar a quienes se ufanan de tener preparación especializada, rara visión y extraño olfato para ganar dinero muy rápidamente.  

En esta maraña, afirmar que solo los mejores saldrán adelante y que los rezagados no valen o no se han esforzado lo necesario, tiene aniquiladores efectos psicológicos entre la juventud, paralizada ante la devoradora realidad de un apocado mercado laboral.  

Felizmente, no todos los humanos poseen  perfil “emprendedor” ni todos son capaces de poder vender y venderse.
Hay muchísimos hombres y mujeres muy afianzados en la posición  de su diario accionar, que plácidamente demuestran que  “triunfar en la vida” es algo que va mucho más allá de tener una consideración muy bien rentada porque se supo hacer “buenos negocios”.

Es fortificante observar que en nuestro país no todo es gachupinada. Y entre las heridas múltiples y los sueños rotos, buscan su espacio y subsisten los ideales y la nobleza del espíritu. Todavía hay quienes consideran que la abogacía está dirigida, exclusivamente, a que impere la justicia.

Todavía hay quienes consideran que el oficio de dar asistencia médica es la más sublime forma de vida. Y todavía hay quienes leen, en las cambiantes formas de la Luna reflejada sobre el mar, mensajes  enviados por el amor que se marchó lejos.

Y entre los diversos estratos que no están dedicados al lucro individual tiene lugar destacadísimo la fuerza policial. Yo me honro con la amistad de pundonorosos oficiales, y he contribuido decididamente al engrandecimiento de la Policía Nacional.   

El compañero presidente Rafael Correa está brindando su apoyo constante a la Policía Nacional, a fin de lograr  su verdadera profesionalidad. Y en cumplimiento de sus atribuciones legales, ha nombrado al general Rodrigo Suárez nuevo Comandante General de la Policía, quien pertenece a la 42ª Promoción de Oficiales de Línea, con 34 años en la carrera.  

Él puede, pero no debe, sentarse cómodamente en su escritorio, de espaldas a la responsabilidad de su cargo, y así pasar los dos años que por ley debe ejercerlo, para  luego desaparecer como muchos otros comandantes,  entre las sombras de la intrascendencia.

Él puede y debe entender que es muy fácil marcar la línea que divide el antes y el después de la noble fuerza policial. Basta con que reafirme en acciones diarias su promesa de responder por la seguridad y el orden público, que hizo ante el altar de la patria, cuando obtuvo las palas de subteniente.

La malvada solidaridad de cuerpo, que tanto mal hace, debe ser apartada de su comandancia y que se sancione toda falta que cometa quien sea. Y respecto a los jueces corruptos que liberan a contumaces delincuentes, no debe reaccionar con frustración ni rabia, sino enjuiciándolos penalmente como autores coadyuvantes, para lograr que sean destituidos.

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