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El Telégrafo
Aníbal Fernando Bonilla

Reencuentro de la palabra desnuda

22 de abril de 2014

Nuevamente Argentina; la expresión de la metáfora al filo de la piel, la luna carcomida por las ideas de viejos romeriantes, el verdor de lo venidero bajo la lluvia, la devoción de lo ilógico, el estallido melancólico de las horas prolongadas, el afecto de los descendientes del verbo, el vino y los bardos en la vorágine del desahogo y la contemplación escrita. Santa María de Punilla, Cosquín, Bialet Massé, las sierras de Córdova, como ensoñación paisajística para la realización -del 9 al 12 de abril- del 24° Encuentro de Escritores Americanos - América Madre, AMA.

Como requerimiento unívoco del creador(a) se expusieron desde los aromas disímiles, desde los olvidos, desde las penitencias, desde las heridas múltiples, desde las realidades febriles, desde las antípodas latentes, textos que derivan como torrentes de humedad y esperanza; literatura de soledades, pero, también, de devoción integracionista, en concordancia a los anhelos del hombre que propugna armonía y paz latinoamericanas.

Aquellos hermanos y hermanas de Bolivia, Perú, Ecuador, Uruguay,  Guatemala, Chile y el país anfitrión, que a partir de la grafía estremecen la médula de los seres, compartieron su palabra tras el tiempo de cosecha, convocados por la lúcida iniciativa de Irma Droz, gestora de sonrisas fraternas y hechizos de luz al final del túnel. Ella se aferra a los reencuentros porque la poesía se impone entre el otoño y las pupilas de nuestras geografías diversas.

He de decir entonces que la poesía se confunda con la rutina, que el desamor sea apenas un murmullo, que la Luna siga enrojeciendo las almas ausentes, que el ritmo del tango desnude las vértebras humanas, que el frío no oscurezca la memoria, que los rostros desaparecidos nos devuelvan la fe de los días monótonos.

Así como sugiere Juan Carlos Aviñó: “Barro de sombras/ la distancia;/ vuelo de promesas,/ su horizonte./ Vuelve,/ por el cobre original./ Los pies en el planeta/ y el alma en las estrellas”.

O Miguel Pérez Mateos: “Concluido/ el vano intento/ de encontrar lo buscado,/ desandamos caminos…/ Volvemos cabizbajos,/ y aceptamos,/ que ahora/ es imposible/ regresar al tiempo ayer/ cuando el Sol discurría/ como una mandarina/ iluminada”.

En tanto, el hálito femenino de Elena Quinteros evoca: “Amarte es/ sentir tu presencia/ aún en la ausencia,/ es percibir tu perfume/ aún en la distancia,/ es recordar tu sonrisa/ iluminando mi alma,/ es guardar tu mirada en un rincón del corazón…”.

Mientras Rocío Cardoso añade: “Llegaste con la furia del mar/ y un miedo oculto en tu sonrisa/ huyendo de las tempestades/ que te arrastraron a la deriva./ Te amparo en mis riberas/ y tus manos se aferran/ a mi desnudez/ entre sábanas/ con efluvio de pasión/donde mi cuerpo es menos frío/ y mi rostro/ se ilumina con los amaneceres”.

Y María Loreto Zamora replica: “Ven, que te espera/ mi cuerpo/ hecho despojos de deseo./ Mi carne saturada/ de otras carnes./ Mi boca, cansada y desteñida/ de buscar la tuya prohibida./ Ven a tocarme y a sentirme/ dolorosa y feliz/ cuando me acompañas…”.

Quedan otras voces sin ser deshilvanadas; sin embargo, sintetizo desde el ritual poético, la nostalgia que invoca nuevos abrazos, en la fragua de Alfredo María Villegas Oromí: ¡Quién te leyera/ desnuda/ este poema!/ ¡Quién te leyera este poema/ desnudándolo!/ Escucha:/ la palabra se deshoja./ Y vos,/ desnuda”.

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