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El Telégrafo
Aníbal Fernando Bonilla

Plenitud de un juego perdurable

08 de julio de 2014

¿Qué tema concita en la coyuntura la atención del lector(a), desde la cobertura mediática planetaria, cuya primacía merezca la descripción en esta cuartilla? ¿Qué actividad de dimensión globalizante causa el fervor de la masa social, más allá de la monótona convivencia diaria, en una especie de ritual que deviene cada 4 años?

La respuesta merece la obviedad de los hechos: el Mundial de Fútbol. Por todo lo que conlleva en sus interioridades y en sus márgenes. Es el certamen que permite que el balón cobre magia y vitalidad. Es el lenguaje que despierta emociones inusitadas y que supera asimetrías de clases y contradicciones sociales.

La fiebre de la pelota es avivada por una hinchada que se estremece con la bandera patria, renovando valores colectivos, amores geográficos y sentimientos identitarios. Los detractores del fútbol dirán que el Mundial es el resultado de un gran negociado en torno al afán de lucro y que esta disciplina es el opio contemporáneo de la gente. Sin embargo, el fútbol, visto desde otras aristas, es momento lúdico y creativo en donde se fomentan historias de pundonor y gloria. Y, desde luego, anécdotas de derrota y decepción. Es la síntesis de la existencia de los hombres, con aciertos y errores, con virtudes y debilidades.

El actual evento mundialista ha sido de elevado estándar en las canchas de Brasil, con lo cual la satisfacción se refleja en la gente que degusta este deporte, especialmente de nuestra Latinoamérica, aunque el desencanto se apropia de los hinchas de España, Inglaterra, Italia, Francia. Pero a su vez ha demostrado los protervos intereses de una mafia dirigente que se ensañó con el jugador uruguayo Luis Suárez, en una excedida sanción.

El fútbol es elemento unificador, tal como detallan las imágenes de televisión ante el arribo del seleccionado colombiano al suelo paisa. O también de gestos de solidaridad, como lo demostraron los jugadores argelinos al donar premios económicos a la población vulnerable de la Franja de Gaza. Entonces el fútbol no solo se reduce a su función primaria en las canchas, sino también afuera de ellas. Es que sus principales actores al fin y al cabo son personas que transitan por los chaquiñanes de la convivencia comunitaria, aunque más de uno peregrine temporalmente enceguecido por la trama de la banalidad y la fama.

Y en el teatro de los acontecimientos futboleros encontraremos todo tipo de pasiones desbordadas en noventa minutos, y en ocasiones en tiempo prolongado que se funde con el sufrimiento humano. E incluso, ciertas definiciones se dan a través de los penales como colofón del éxtasis en los graderíos donde no cabe la razón ni la lógica.

El fenómeno del balompié nos permite adherirnos a un equipo determinado. Y en mi caso, tras la pronta eliminación ecuatoriana, la Albiceleste es la opción segunda. Anhelo que la gesta del Mundial México 86 se reedite, que sea campeón Argentina, ya no con Maradona, sino con Messi, en el mismísimo Maracaná de Río de Janeiro, en una final de infarto -propia de una jornada dominguera-, cuyo rival aún está por definirse.

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