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El Telégrafo

Negros bien atendidos

16 de mayo de 2013

Tuskegee, un pequeño poblado de Alabama en EE.UU., fue un escenario de terror contra los negros y la humanidad en general. Dicen que fue como el campo de concentración de Auschwitz.

Todo empezó con algunos anuncios de prensa: “Se necesitan voluntarios para recibir vitaminas y alimentación gratuita”. En una población negra, semiesclavizada, analfabeta, los voluntarios sobraron. Al final el gobierno eligió a 400 negros jóvenes. Los recogían en sus casas, una vez por semana, y los llevaban a un hospital. Allí desayunaban bien y recibían vitaminas, que no eran más que pastillas de azúcar. Los negros estaban felices. Pero no sabían que, a propósito, les inyectaban sífilis. Un gran número era de casados.

La idea era estudiar la evolución de la enfermedad, sin tratamiento alguno. Pasado un tiempo, los afroamericanos infectados, empezaron  a quejarse de malestares. Los médicos les decían que, por el color de la piel, tenían “mala sangre”, y que el tratamiento era gratuito: en el hospital les daban más pastillas azucaradas. Y les advirtieron no hacerse ningún tratamiento por fuera del hospital. Con la miseria a cuesta, esa recomendación no hacía falta.

Los médicos, mientras tanto, se felicitaban entre sí: era una maravilla ver la evolución de la enfermedad en esos varones negros, sin tratamiento alguno, para después evaluar mejor a los pacientes blancos con el mismo problema. Era un trabajo, decían, “en bien de la humanidad”.  Pero el experimento hubiese quedado inconcluso de no haber podido estudiar los cadáveres. Por eso, el contrato establecía que los voluntarios, en caso de muerte, autorizaban la autopsia. A cambio, recibían un funeral gratuito. Todos aceptaron.

“Te felicito. Eres un genio. Con esas cartas tramposas  has logrado engañar a esos negros. La historia te lo agradecerá”. Ese era el mensaje que un médico le enviaba a otro, que también participaba en el experimento.

Con los años, la mayoría de los negros solteros también se casó. La sífilis contagió a esposas e hijos. Pero para ellos no hubo ni desayuno caliente, ni pastillas azucaradas. Con los voluntarios de siempre era suficiente.

Esta infamia duró 40 años. Los últimos dos sobrevivientes, ya ancianos, inválidos, los presentó en público el ex presidente Bill Clinton. Ante un auditorio incrédulo y avergonzado, dijo: “No se puede cambiar el pasado, pero podemos acabar con el silencio y dejar de mirar hacia otro lado. Podemos mirarnos a los ojos y reconocer, que lo que hizo el gobierno estadounidense fue vergonzoso y que lo siento”.

Auschwitz duró cuatro años. Tuskegee, cuarenta. Y después el experimento se repitió en Guatemala, con prisioneros y con pobres.

A diferencia, en el ajedrez, ser negro no es un problema. Juegan Bellón vs. García, Cienfuegos, 1976.

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