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El Telégrafo

Nacionalizar la juventud

14 de mayo de 2012

La juventud es una generación sistémica. Demasiado grande para dejarla caer. Es como esos bancos que valen más que un país entero, y que nos dicen que sería peor dejar que quebrasen que el coste de rescatarlos. O sea, que los jóvenes son Bankia, pese a que no tienen 31.800 millones de euros en activos tóxicos del ladrillo (de hecho, no tienen ni casa) ni el Estado va a apoyarlos con 83.000 millones de euros –como se ha hecho con la entidad-, ni los va a nacionalizar como un sector estratégico en peligro. La juventud es por tanto un banco de futuros que se está dejando caer con idiotez sistémica.

Algunos dirán que la comparación es demagógica, pero, oigan, qué culpa tiene uno de que la realidad sea demagógica. Mientras a Bankia se le inyecta en vena medicamento sin copago (de los que ya no quedan para el pueblo), el Gobierno recorta las becas a los jóvenes y sube las tasas universitarias hasta en un 66%. Y si a Bankia le va a dar un penúltimo empujón de 10.000 millones de euros, a los jóvenes les recorta 7.200 millones en educación.

Todo ello con 320.000 alumnos más y con una tasa de abandono escolar del 26% (la media europea es del 14,4%). Parece que se empuja a los jóvenes al mercado laboral, donde ya se los aguarda con impaciencia con una tasa de paro que roza el 50%.

La realidad, como digo, se ha vuelto tan demagógica que tiene la desvergüenza de mostrarnos a Rodrigo Rato, aquel ministro de Economía que hinchó los mofletes al límite para inflar la burbuja inmobiliaria, ser devorado ahora por la misma en forma de tornado. Aunque por una indemnización de 1,2 millones y un salario anual de otros 2,34 millones, cualquiera se tiraría a la olla para ser masticado hasta el orgasmo. Es otra de la absurdeces sistémicas de este tiempo.

Así las cosas, a la juventud le quedan pocas opciones de respuesta. Una es coger la patera Ryanair y pedir al último que apague la luz en la frontera, y otra es empezar a pisar los adoquines. Bien es cierto que los jóvenes están siendo víctimas de una crisis que ellos no provocaron, pero también es verdad que ellos han heredado (hemos heredado) todos los derechos de las luchas de otras generaciones.

Antes que una generación perdida han sido una generación desmovilizada y apática. Ya es hora de que defiendan en la calle lo que es suyo: el futuro. Es el momento de que la juventud proteste y se haga políticamente adulta. Parece que ha comenzado a hacerlo. Y es que ya está bien de dejarse tomar el pelo.

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