“Puedo escribir los versos más tristes esta noche” Poema 20. El 21 de septiembre de 1973 falleció el gran vate Pablo Neruda, premio Nobel de poesía de 1971, su deceso acaecido en una clínica santiaguina sigue estando bajo sospecha, y con evidencias circunstanciales de la acción criminal del pinochetismo en su desaparición física, a pesar del parte médico emitido, que certificaba la defunción como consecuencia de un cáncer prostático que sufría. Alcanzar la verdad respecto a cuál fue la causa de su fenecimiento tiene relevancia, saber que sus padecimientos físicos fueron superiores a sus dolores del alma es importante, que las opiniones de los galenos en relación a su óbito, siendo estimables, solventan no obstante la necesidad de una indagación seria. Sin embargo, debemos insistir que el trance de su espíritu tuvo sus culpables definitivos en la acción facciosa del 11 de septiembre de 1973 y el sacrificio en combate de Salvador Allende -su amigo y camarada- defendiendo al pueblo de Chile y sus leyes.
Luchador, como fue, con su vida y la palabra viva de sus poemarios, Neruda transfirió sus ideales que han inspirado a latinoamericanos responsables de los profundos cambios que se dan en el continente, los versos inmortales del Canto General acompañaron a Fidel en la epopeya de la Sierra Maestra y estuvieron junto al “Che” hasta su asesinato en Bolivia, asistieron a Hugo Chávez en las noches de meditación y martirio, y con certeza su pensamiento brillante, limpio e inmortal estableció las creaciones identificadoras de lucha constante por los humildes, presentes en nuestra patria y en las otras tierras hermanadas por el aura nerudiana. Como ejemplo de hombre fundamental, construyó fortalezas perdurables frente al odio, la mentira y la iniquidad del mundo.
Luego de su muerte, de la que han pasado cuarenta años, no ha disminuido ni por un instante la admiración de millones de seres humanos por su obra y existencia. En la contemplación y el encuentro con el rapsoda del amor y la actividad revolucionaria, las nuevas generaciones están allí. Un Neruda ausente en su presencia corpórea, pero presente en su espiritualidad está vigente, siempre en las grandes batallas por la belleza y la justicia social en su país, y en todo el orbe. Contemplé desde el refugio providencial de una casa amiga -que me libró durante semanas de las fauces del régimen golpista- el cortejo que llevaba sus restos al cementerio en Santiago. El chileno universal Pablo Neruda era conducido por una triste caravana encabezada por Matilde, su mujer, e integrada por quienes habían eludido la brutal represión nacista, de un despliegue armado montado por el temor espeso de los jefes amotinados, temerosos de la resurrección del poeta.
Hoy cuando las catacumbas de la dictadura se esfumaron, y aunque desaparecida también la nación luminosa y cordial que conocí desde 1963, empero y por lo menos, los despojos de Neruda reposan donde siempre quiso. “Compañeros, enterradme en Isla Negra, frente al mar que conozco”.