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El Telégrafo

Leonor de Aquitania (I)

18 de febrero de 2013

Ocurre que a pocas mujeres le debe tanto el sexo débil como a Leonor de Aquitania. Y aquí, uno podría imaginarse que por haber ella nacido en 1122 era muy poco lo que habría aportado en defensa del feminismo, ya que si hasta ahora hay machismo como para asustar al hombre más libre de este prejuicio, no se diga los que hubo en pleno medievo cuando ella vivió. Pero parece que a Leonor le abundaban tres dotes: amor propio, belleza y fortuna, y no se puede determinar cuál de estas cualidades era su mayor fortaleza.

Fue nieta de Guillermo IX de Aquitania, también llamado el Trovador, y el porqué de este apelativo se debe a que fue el primer y, tal vez, el mejor trovador de la lengua provenzal. Sus dominios eran más extensos que los del mismo rey francés, quien le debía guardar pleitesía. Tiene en su honor el haber sido excomulgado en dos ocasiones, delito mayor de esa época, ambas veces por líos de faldas y una de ellas por robarle la esposa a un súbdito suyo.

Sus poemas, de contenido audaz y atrevidos aun ahora, le dieron la merecida fama que conserva hasta el sol de hoy. Su hijo, también llamado Guillermo, murió en una peregrinación a Santiago de Campostela, por lo que su nieta, Leonor, pasó a ser la heredera única de uno de los mayores ducados de Europa.

A los quince años, Leonor cometió el más craso error de su vida, se casó con el futuro rey de Francia, Luis VII, que poco después del matrimonio subió al trono. Luis era un mojigato a carta cabal y su mojigatería redundaba en una castidad tal que solo ocho años más tarde le nació a la pareja su primera hija, y eso a pesar de que él estaba locamente enamorado de Leonor, que, según dicen, era una mujer mucho más bella que rica.

En esos días, el famoso predicador Bernardo de Claraval convenció a Luis VII de que partiera a Tierra Santa formando parte de la II Cruzada, lo que se convirtió para el rey en un verdadero dilema: por una una parte, no quería dejar a su bella esposa rodeada de tanto súbdito enamoradizo, pero por otra, tampoco quería que lo acompañara en una aventura plena de peligros. Leonor decidió ir por derecho propio, pues ella era el mayor señor feudal de Francia y todos ellos se disponían a partir en dicha cruzada. (Noten, hasta ahora no se puede decir señora feudal; se ve que incluso los idiomas son machistas.)

El rey se consolaba pensando que al tenerla a su lado no le podría ser infiel; gran error, porque apenas llegaron a Antioquía, Leonor se enamoró de su tío Reimundo de Poiters, regente del lugar.

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