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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

Las insípidas elecciones británicas

05 de mayo de 2015

Por las calles casi no se ven pancartas ni afiches. La gente habla del tema distraídamente, empujada a referirse al acontecimiento más por su inminencia que por genuino interés, una especie de etapa obligatoria de las conversaciones cuando empiezan a languidecer al estilo “Lindo clima hoy, ¿no?”. Sus protagonistas se empeñan para aniquilar las ya de por sí endebles pasiones. Entre un bostezo y otro, Reino Unido se prepara a celebrar sus elecciones generales que tomarán lugar el jueves 7 de mayo -un día entre semana, para que suceda aún más en el medio de la indiferencia-. Un aburrimiento que es difícil imaginar desde afuera.

Vivimos en una época donde las tendencias políticas predominantes hacen de todo para matar a la política, un impulso suicida congénito que quisiera remplazar el desacuerdo (la sal que mantiene viva la política) por un acuerdo ficticio (su ineludible muerte). Reino Unido es el caso ejemplar, y lo es mucho más que Estados Unidos, donde por lo menos las citas electorales son aún capaces de desplegar ardor y pasión, aunque a menudo alrededor de la nada. El sistema uninominal, que hace inútil el voto de millones de personas que viven en circunscripciones donde el resultado ya está dado, junto a programas electorales que se asemejan el uno al otro hacen el panorama político particularmente insípido.

A esto se añaden líderes inexpresivos (y no es porque sean ingleses, hace 30 años sabían lo que era el carisma), quienes demuestran una incapacidad de fondo en construir narraciones que sepan emocionar a la gente. Sus grises discursos se enfocan principalmente en cómo retocar el presupuesto del Estado: “Tantos millones para este sector, otros tantos para este otro”, siempre cuidándose de subrayar cómo cubrir dichos desembolsos: la ideología neoliberal ha calado tanto que no vaya a ser que el Estado gaste más de lo que gana, esa sería una prueba de irresponsabilidad gravísima. Ideas para construir una sociedad diferente, disputas por la interpretación de las grandes palabras de la política, sueños, ideales: nada.

Lo más sorprendente es que esta apatía se registra ante una de las rondas electorales más inciertas, con la eventualidad de que la población elija un parlamento incapaz de formar un nuevo gobierno. De momento, ninguno de los dos partidos tradicionales -laboristas y conservadores- parece tener suficiente fuerza para llevar a Westminster el número de parlamentarios requeridos para crear una mayoría autónoma. Los liberaldemócratas, ampliamente desacreditados por el apoyo al actual gobierno de Cameron que les llevó a sostener la triplicación de las tasas universitarias -unas de sus supuestas ‘líneas rojas’- sacarían tan pocos escaños que resultarían insuficientes para formar una coalición.

Se trata de un escenario particularmente inusual -y más bien típico de la Europa Continental- para un país acostumbrado a tener mayorías consignadas directamente por las urnas. El sistema está en crisis, ascienden partidos no tradicionales (los racistas de Farage, los verdes, los nacionalistas progresistas escoceses), quienes desquician la alternancia, pero no la reemplazan. Ojalá que el tumulto que anida detrás (y a causa) de la insipidez, traiga consigo escenarios emancipatorios, y no pesadillas del pasado. (O)

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