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El Telégrafo

La utopía que no sucumbe

06 de diciembre de 2013

Al margen de nombres y acciones de politólogos, de gobernantes de naciones poderosas, el deseo por la paz mundial de la mayoría de los habitantes del planeta se debe imponer, como la necesidad sentida superior para la supervivencia de la especie humana en la Tierra. El acuerdo provisional sobre el programa nuclear iraní alcanzado en Ginebra es un ejemplo venturoso y virtuoso de lo que pueden lograr pláticas justas sin imposiciones ni coacción de ningún tipo.

El polvorín creado en el Oriente Medio por los productores y vendedores de armas puede ser desmontado para siempre, si se procede con verdad y pensando en los altos objetivos de la humanidad. Los focos guerreristas solventados en las ambiciones geopolíticas de países hegemónicos son francamente repudiables, al igual que las absurdas pretensiones belicistas de gobiernos teocráticos, sometidos a los lobbies del gran capital y el apoyo de mafias, responsables de crímenes sin nombre. Las políticas abyectas de expansión vital se ha demostrado que pueden ser detenidas y que sus financistas y ejecutores no son invencibles.

La negociación diplomática -reconocida por el propio presidente Obama como eficaz y necesaria- ha puesto de manifiesto que es posible conseguir soluciones pacíficas en conflictos de gran intensidad, con el diálogo profundo y sincero, dejando de lado las amenazas veladas o reales, los condicionamientos arteros, los exabruptos verbales, la guerra como recurso fatal e inevitable. Y que más bien para lograr la concordia solo se requiere buena voluntad, negociadores bien intencionados y tiempo adecuado.

Las extraordinarias circunstancias de un conflicto bélico entre Irán de un lado y las monarquías feudales árabes e Israel del otro significaría -qué duda cabe- una conflagración de impredecibles consecuencias para todo el orbe, los precios del petróleo llegarían a niveles siderales, la inflación mundial sería incontrolable, la población del mundo sufriría el embate de la muerte atómica.

La esperanza conciliadora surgida de Ginebra tranquiliza y nos conmueve, y aunque los chacales del apocalipsis, aullando inconformidad, sitien el Congreso de EE.UU. usando a los lobistas de siempre para presionar a sus favorecidos invocando la próxima elección y la lealtad al capital, el ideal pacífico de la sociedad humana prevalecerá en síntesis creadora y certidumbre de luminoso futuro.

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