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El Telégrafo

La solidaridad

14 de agosto de 2012

El Amor, que ha estructurado todo lo bello, procreó a sus tres hijas predilectas: Libertad, Igualdad y Fraternidad, y nos las donó para que fuésemos felices. 

La Libertad es un don demasiado perfecto para que encaje en la agenda de los hombres, tan ocupados en sobrevivir; vino Jesús a predicarla, pero no lo entendimos e incluso lo crucificamos. ¿Cómo lo íbamos a entender si nos pedía amar a nuestros enemigos?

La Igualdad, dulce quimera nacida para eliminar las desigualdades sociales, encontró escollos mayores a los que enfrentó la Libertad, pues los poderosos oprimen al humilde buscando evadirla y que las estructuras sociales se derrumben bajo el peso de tanta injusticia que cometen. 

La Fraternidad es la única hija del Amor que sentó lazos de unión entre los hombres, pero lo hizo como una obligación social, para guardar las apariencias en los actos de beneficencia, y nada más. Para nuestra suerte, la Fraternidad engendró a la Solidaridad, que complementó las fortalezas con las que el Amor nos dotó. El Príncipe del célebre cuento de Oscar Wilde fue feliz mientras habitó en el palacio de la Despreocupación, donde la Pena era impedida de entrar y un alto muro lo separaba del mundo.

Pero cuando desde su pedestal contempló las miserias que lo rodeaban, sintió ganas de llorar y repartió sus riquezas con la ayuda de su amiga, una  golondrina que se había enamorado de un junco infiel; esta solidaridad transformó a ambos en lo más valioso de la ciudad.

Pero solo el amor nos perfecciona, pues la solidaridad es una unidad que nos permite subsistir. Las células se aglutinan en organismos especializados en cumplir tareas específicas, y si alguna de ellas falla el organismo perece por la falta de solidaridad de sus miembros.

Si lo primitivo es solidario, ¿cómo no lo van a ser los organismos superiores? Cardúmenes, manadas y jaurías son formas con las que los animales se organizan para sobrevivir, si no serían exterminados por los depredadores, y estos también se organizan para cazar a los primeros. ¿Y acaso las sociedades humanas no fueron creadas por el hombre para el bien vivir? 

Sin embargo, las sociedades modernas no han logrado superar aún la etapa darwinista de la supervivencia del más fuerte, sobre cuyas bases se forjaron. Por eso la solidaridad debe dar paso a una sociedad en la que el respeto por lo pluricultural sea la norma. Reconocer que ninguna cultura es superior a otra conlleva saber diferenciar cultura de civilización.

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