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El Telégrafo

La moneda de la insatisfacción

17 de septiembre de 2013

No es poca cosa lo del Yasuní. Seguramente se cometieron muchos errores por el camino, pero los hechos de estas últimas semanas me han llevado a recordar un pequeño cuento sabio: En un lejano país, un rey escuchó silbar a un jardinero mientras podaba las plantas de palacio.

Como vivía agobiado por angustias y preocupaciones, le preguntó a su ayuda de cámara si realmente el hombre estaba silbando. El ayuda de cámara le dijo que sí, que así era. El rey le preguntó por qué, el asistente le dijo que seguramente porque estaba feliz.

Al rey le llamó la atención que hubiera un hombre feliz en un país tan conflictivo. Lo mandó llamar y cuando el hombre vino le preguntó por qué era tan feliz. El hombre dijo que no le faltaba nada para serlo: su esposa era cariñosa y dulce, sus hijos estaban sanos, tenía sus necesidades vitales satisfechas y, además, trabajaba en un hermoso jardín, en medio de la belleza de las flores y los cantos de los pájaros. El rey lo miró, pensativo, y le preguntó si habría algo, cualquier cosa, que le hiciera falta. El hombre negó, siempre sonriendo, y pidió permiso para seguir trabajando en lo que más le gustaba hacer: cuidar el jardín de palacio.

¿Y no somos así los ecuatorianos? Nuestra mirada
siempre está en lo que falta, en
lo que se hizo mal. No importa
todo lo que se ha conseguido...
El rey, conmovido por ese ejemplo, decidió agradecer la enseñanza y premiar al trabajador: lo llamó y le ofreció una compensación por tantos años de trabajo anónimo en su jardín, algo que ningún monarca había hecho anteriormente con ningún jardinero de palacio. Le dijo que le daría una bolsa con cien monedas de oro, pero por alguna razón colocó en la bolsa solo noventa y nueve. El jardinero no podía estar más contento: en cuanto llegó a su casa se puso a contar las monedas apilándolas en montoncitos de diez; y claro, ya en el primer momento quedó un montoncito de nueve entre nueve montoncitos de diez.

El jardinero recontó varias veces. Faltaba una moneda, no podía ser. Miró los otros nueve montoncitos de diez monedas sobre la mesa y los barrió de un manotazo furibundo: ¡el rey le había mentido, le había robado, le había estafado! Y dice el cuento que, desde ese momento, aquel jardinero que había sido tan feliz se convirtió en un hombre desconfiado y repleto de amargura.

¿No nos comportamos así los humanos? ¿Y no somos así los ecuatorianos? Nuestra mirada siempre está en lo que falta, en lo que se hizo mal, en lo que no pudo ser. No importa todo lo que se ha conseguido, en el imaginario de la insatisfacción mezquina el camino recorrido es pura paja: lo que nos mueve es la amargura de lo que falta.

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