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El Telégrafo

Historias que deben sacudirnos

19 de abril de 2012

La verdad es que después de vivir días de intensa convulsión en el deporte, desconfianza, juicios de valor y sentencias no comprobadas, opté por escarbar las historias que no ocupan las primeras planas de diarios, pero que sin duda son esencia real del espíritu humano y su firme deseo de lograr propósitos, todas escritas con tinta ecuatoriana.

Casi simultáneamente terminaba de escribir algo sobre Juan Curuchet, ciclista argentino que esperó 6 Juegos Olímpicos y con 43 años ganó su esperada medalla olímpica, en esa misma frecuencia, mientras ponía las últimas letras sobre el “gaucho”, escuchaba las lamentaciones eternas (y muchas veces justificadas) sobre la falta de apoyo al deporte.

Me transporté de inmediato por medio del túnel del tiempo a Cuenca, década del 80, pude ver a un joven que repartía periódicos y ayudaba con las frutas en el puesto que tenía su madre en el mercado, los recursos estaban alejados de acercarse a ofrecer una vida relajada, todo lo contrario, había que someterse al sacrificio.

No hubo nunca facilidades para obtener una buena nutrición o crecimiento, pese a eso, Jefferson Pérez ganó dos medallas olímpicas y tres campeonatos mundiales.

Todavía existían bastantes marcas de la ideología “hippie” en la California de los tempranos 70, los colores y sensaciones eran familiares para los que solo buscaban paz, amor y vuelos que no necesitaban aviones como soporte transportador a otras dimensiones.

En una de esas carreteras, la interestatal 110, viajaba un nadador guayaquileño en busca de una piscina más grande para entrenar, tres horas de viaje y un equipaje que incluía un elemento vital para ese fin de semana: una bolsa de dormir.

Llegaba a la piscina y entrenaba cerca de tres horas, luego a la biblioteca, leía algo y por la tarde otra vez a nadar, una vez terminada la jornada la bolsa de dormir tomaba valores poderosos.

Acomodándose bajo los pocos centímetros que aportaba una visera, el nadador armaba el reducto donde dormiría esa noche, la lluvia llegaba y si se movía solo 30 centímetros, la cama que había construido, en el piso de la instalación donde quedaba la piscina, hubiera quedado bajo agua.

Al día siguiente la misma rutina, todo solo por el amor a prepararse, por la obsesión de querer ser mejor... Jorge Delgado no se rindió y comprendió qué era lo que había que hacer para trascender. Inicio del nuevo siglo, auge interesante de beisbolistas en Ecuador que obtenían becas y contratos profesionales con equipos y universidades de EE.UU.

Luego de conseguir una cita con alguien que mantenía contactos con entrenadores internacionales, un jugador que con suerte llegaba a los 1,70, y no pesaba más de 150 libras, ingresó al despacho de quien podía recomendarlo, no hubo mucho impacto por la talla del deportista.

Sin embargo, fue tal la determinación e insistencia del beisbolista que logró  al menos ser observado. Increíblemente había algo de potencial, algo, pero había que trabajar mucho para poder llegar a otros niveles.

Por los próximos siete meses, el jugador Carlos Mancheno no dejó de entrenar ni un solo día, dormía en las canchas de béisbol por las horas que dedicaba a entrenar, no había forma de regresar a su casa a las altas horas de la noche y lo mejor era dormir en la cancha, al día siguiente, temprano otro día más de trabajo.

Cuando llegó su primera oportunidad con una universidad en los EE.UU., se le ofreció una beca parcial, solo faltaba la visa de estudio que el gobierno americano exige... primer golpe... la visa fue negada.

Contrario a los que muchos pensaban, Mancheno siguió buscando oportunidades, de pronto, sin permitir que nadie conozca detalles o formas, estaba en Inglaterra, estudiando y jugando béisbol en una liga no tan prestigiosa, pero que le permitía mantenerse en actividad.

Dos años después estaba de regreso a su país y la intención de llegar a EE.UU. seguía más fuerte que nunca, volvió a jugar con el equipo nacional, llamó la atención y tuvo una nueva oportunidad.

La oferta llegó, pero había que volver a solicitar la visa a EE.UU., esta vez hubo una respuesta positiva y el ecuatoriano tenía que hacer sus maletas para ir a Oklahoma, lugar que sería su hogar por los próximos dos años.

Cinco años pasaron desde que ingresó a esa oficina buscando esa oportunidad. Nunca bajó los brazos, jamás se lamentó por su suerte, solo mantuvo su enfoque claro y con paciencia obtuvo lo que tanto quiso.

La verdad no sé ni por qué me dio por escribir estos pasajes de historias que muchos conocen y otros tantos ignoran. Cada vez que escucho o veo a un atleta sentarse a lamentarse porque no recibe apoyo me acuerdo de estas historias, cada vez que veo dudas o incertidumbres en la realidad deportiva del país solo atinó a pensar que no existe nada más importante que el mismo deportista y la interminable fuente de poder que tiene en su sincera determinación de lograr lo que realmente quiere en la disciplina que practica.

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