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El Telégrafo

Historia y mitología

16 de enero de 2014

Pese a ser vistas como cuestiones contrapuestas, la historia y la mitología tienen ancestros comunes. Es que la mitología está en la raíz misma de la historia de las civilizaciones. No conoceríamos la historia antigua de Grecia, Esparta, Germania, Persia o China si no fuera por su rica mitología, que nos ha sido transmitida en cantos, poemas y leyendas. El mito de la guerra de Troya y sus héroes fue el que inspiró obras maestras de la literatura universal, como La Ilíada de Homero y La Eneida de Virgilio, pero fue también el motivo que inspiró a historiadores y arqueólogos para buscar las ruinas de esa ciudad mitológica, finalmente hallada por Frank Calvert y Heinrich Schliemann en la segunda mitad del siglo XIX.

Igualmente, los mitos fundacionales son el punto de partida de la primera historia americana, tan poco conocida, pero en la que resaltan los nombres de varias parejas generatrices, como Manco Cápac y Mama Ocllo, Quitumbe y Otoya, Guayas y Quil; o de míticos lugares originarios, como Aztlán, Petén y el lago de Pátzcuaro. En fin, obras como el Popol Vuh, el Rabinal Achí, los varios libros del Chilam Balam o los códices mexicas enriquecen ese vínculo entre mito e historia, memoria lejana y conciencia presente de las grandes civilizaciones mesoamericanas.

Es que la historia es un culto de la memoria que se basa en la escritura, mientras que el mito es una expresión cultural que se basa en la tradición oral.

Es cierto que la historia aparece superior al mito porque es toda una ciencia, apoyada en teorías y métodos, en procesos técnicos y pruebas cognoscitivas. Pero no deja de ser verdad que es una ciencia segregacionista y hasta cruel: segregacionista, porque para acercarse a ella hay que saber leer y escribir, con lo cual quedan fuera de su contacto los iletrados reales o funcionales, que son muchos; y cruel, porque generalmente ha sido usada como un mecanismo de poder nacional o poder de clase, para glorificar injusticias, ratificar conquistas, consagrar dominios y mantener vivos los viejos odios nacionales.

El mito, en cambio, no pretende ser más de lo que es: una amable pervivencia de recuerdos colectivos, que renace una y otra vez en la palabra y tiene una carga sustancial de códigos simbólicos y formas expresivas, que ayudan a vivir mejor a las gentes que los guardan en su memoria y los transmiten a sus vástagos.

Eso explica que en el imaginario colectivo de los pueblos de cultura oral los mitos cumplan un papel equivalente al de la historia en los sectores cultos y letrados de la cultura occidental.

Sin duda, hay que continuar desarrollando las ciencias históricas para entender desde la razón el origen y evolución de las sociedades, sus estructuras de dominación y sus sistemas de renovación, pero también hay que aproximarlas a la antropología cultural, para que  puedan entender la fuerza y peso de los mitos en el imaginario colectivo.

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