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El Telégrafo

Hay que embozalar a la burocracia (I)

12 de junio de 2012

Maximilian Carl Emil Weber, conocido como Max Weber (Erfurt, 21 de abril de 1864 – Múnich, 14 de junio de 1920), fue un  destacado historiador, economista, filósofo y jurista. Muchos tratadistas lo consideran sociólogo, por sus   aportaciones a la sistematización de esa ciencia. Pero él  no gustaba de sentirse tal, sino historiador. Por eso le he dado este oficio en primer lugar y he omitido el de sociólogo.

Si algún ilustrado lector se molesta que recuerde a este insigne alemán que pretendió definir al Estado como “una entidad que tiene el monopolio de la violencia y los medios de coacción”, estará demostrando que de la obra de Weber solo conoce esa frase y, además, seguro que será de aquellos que anteponen el Estado al ciudadano. 

Evocarlo en esta entrega es un modo de preguntar a los amables lectores si se identifican o no con el criterio que Max Weber expresó con argumentos sólidamente responsables, respecto a la saludable necesidad democrática de  reducir y vigilar al insaciable monstruo llamado burocracia.

En primera instancia, Weber consideró muy  importante a la burocracia para el desarrollo de las sociedades, pero cuando tomó conciencia de los graves problemas que causa  a los  gobernantes, por la ambivalencia de ser,  por un lado, personas que trabajan de modo maquinal y sin reflexión, y por otro lado, un conjunto con demostradas  tendencias a sobrepasar su ámbito de acción, concluyó que era imperioso “mantener la burocracia bajo control”.

Pero las soluciones que él planteó no sirven hoy para la Revolución Ciudadana. Sostenía que el líder debía surgir necesariamente del parlamento, y nosotros ya tenemos al indiscutido líder en un régimen que es presidenciable.
En la primera sesión de gabinete ampliado, luego de cumplidos cuatro años de  gobierno, vimos al compañero presidente Correa reclamar, con mucho enfado,  por el incumplimiento de las metas propuestas en ciertas áreas. Y si en ese momento pensó que la  indiferencia culposa de la burocracia la convierte en el caudillo bobo de la retaguardia, que bien podría devorar a la Revolución Ciudadana, no cometió error alguno.

“La burocratización del Estado” es el más grande peligro que debe enfrentar el mantenimiento y desarrollo de un gobierno que es revolucionario en democracia. Si no hay control a los burócratas, el gobierno que con tanta esperanza eligió el pueblo ecuatoriano corre el peligro de convertirse en “un gobierno de funcionarios”. 

Para embozalar a la burocracia criolla es imperioso crear la Inspectoría General del Estado, con rango de Ministerio. Debe contar, como máximo,  con solo dos docenas de compañeros y compañeras que estén subempleados en las diferentes áreas administrativas-financieras del sector público. Porque sería risible aumentar burocracia para maniatar a la burocracia.

La labor del Ministro Inspector General del Estado coadyuvaría para que la labor de la Secretaría Nacional de la Administración Pública y de la Contraloría General del Estado sea más tangible, oportuna y eficiente.

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