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El Telégrafo

Gil: ansiedad y memoria

12 de diciembre de 2012

En varias oportunidades he afirmado que la poesía es la búsqueda intrínseca de la belleza en el fondo y en la forma. No obstante, esa exploración también tiene sus momentos de desvarío, sus circunstancias adversas, en los que  emerge la ruptura de lo establecido y la irreverencia traducida mediante la transgresión de la palabra.

Entonces estamos en un escenario que nos aproxima a la antipoesía, en el instante mismo del estremecimiento y el dolor, en la hora hueca cuando se bifurca la pesadilla y la faena fúnebre, en el estallido de la locura y el espanto. El fonema y la grafía se juntan y complementan con la intención de conmocionar al lector/a, entre el espasmo y la mutilación de la sonrisa. Es la conjugación de lo burlesco y el rastro incongruente de los días frágiles y remotos.

Sin la intención de catalogar la propuesta lírica de Pedro Gil (Manta, 1970), no cabe duda de que su voz contemporánea arremete como contraste de los sueños, en el equívoco significado que contiene la pulcra versificación. En este vate, la marginalidad vaticina el presente y futuro de sus versos; con un bagaje anterior que le sirve de perverso memorial.

“Crónico” se denomina el nuevo poemario de Gil. Publicado por la editorial Mar Abierto (Universidad Laica Eloy Alfaro, septiembre de 2012) de su ciudad natal. Contiene textos poéticos que demarcan su tránsito por el desequilibrio psíquico-emocional. Aquellos versos son arterias que pugnan por la rebeldía y el coraje, luego que germinaran en los corredores del frío recinto de las almas perdidas a causa del ayuno y el recuerdo.

Cada poema es una experiencia bajo la sombra del árbol de ciprés, una advertencia profética, una confesión dirigida a la compañera de mil batallas, un recuento de personajes peculiares, una contraseña que deriva en generosa dedicatoria, una manera de descifrar el encierro humano y mundano. Pedro abdica con el demonio interno ante el devaneo y el desafecto. Y supera la ansiedad cuando el ángel de la guarda le prescribe gotas de paciencia y sobriedad. En su propio aliento: “Si suicida fue mi esfuerzo por perderme,/ suicida es mi esfuerzo para encontrarme”.

“Crónico” extrae los abismos, recaídas y terapias que compone la vida: “Lo real es un espanto/ lo imaginario también”. Ramiro Oviedo, en el epílogo de este trabajo literario, comenta: “Perversa y descarnada lucidez la de este poeta; bendita crueldad y crudeza sobrecogedora las de esta escritura llena de sombras de cuchillos y tan distante del hombre de la mirada más dulce del mundo… Pedro Gil es un poeta crónico. Un poeta irremediable, no un poeta maldito. Absolutamente distante de los impostores y mercachifles de la poesía que riegan azúcar en la cama para ver si atrapan una fiebre”.

Añadiría algo más: poeta audaz e imperfecto, procedente de la orilla del inagotable mar.

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