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El Telégrafo

Evita, después de 60 años (2)

02 de octubre de 2012

“…yo no era ni soy nada más que una humilde mujer… un gorrión en una inmensa bandada de gorriones… Y él era y es el cóndor gigante que vuela alto y seguro entre las cumbres y cerca de Dios. Si no fuese por él que descendió hasta mí y me enseñó a volar de otra manera, yo no hubiese sabido nunca lo que es un cóndor ni hubiese podido contemplar jamás la maravillosa y magnífica inmensidad de mi pueblo”. Así habla Eva Duarte de Perón en el prólogo de su libro “La razón de mi vida”, publicado en su primera edición con 300.000 ejemplares en Buenos Aires, en diciembre de 1951. Y más adelante sostiene: “Todo lo que soy, todo lo que tengo, todo lo que pienso y todo lo que siento es de Perón. Pero yo no me olvido ni me olvidaré nunca de que fui gorrión ni de que sigo siéndolo. Si vuelo más alto es por él. Si ando entre las cumbres, es por él. Si a veces toco casi el cielo con mis alas, es por él. Si veo claramente lo que es mi pueblo y lo quiero y siento su cariño acariciando mi nombre, es solamente por él”.

Estas frases y muchas otras contenidas en su primer libro, además de que revelan  cuánto había idealizado a su marido, permiten conocer un poco lo íntimo de su espíritu, el proceso transformador que experimentó esta mujer de alma extraordinaria que sin disponer de las armas necesarias para lograrlo, logró captar el amor de un pueblo entero y, sobre todo, decidió entregar su vida al servicio de los humildes de su nación. Sin capacitación alguna, con estudios incipientes, de lo más elementales y con un origen humillante en aquel tiempo, se transformó en el personaje de  mayor poder de su época en la gran nación del Sur.

Ella lo atribuye al conocimiento que le dio Juan Domingo Perón, el hombre fuerte de Argentina por aquellos tiempos, y la inspiración que recibió de él para conocer a su pueblo en todas sus necesidades y anhelos, así como el afán de servicio hacia la causa de los necesitados de su país, sus “descamisados” como ella los  llamaba, sus “cabecitas negras”, las mujeres de su patria, los ancianos y los niños, los únicos privilegiados como le había enseñado a decir su marido, de acuerdo a sus expresiones.

El día en que Eva Duarte partió de Los Toldos, el pequeño y desconocido pueblo en donde ella vivió sus penurias junto a su familia después de su nacimiento en Junín, su experiencia se limitaba a su facilidad para declamar y su relativo éxito en la radio de su comunidad, interpretando diferentes personajes de radionovelas. Así las cosas, en Buenos Aires los primeros tiempos fueron harto difíciles, haciendo uno que otro pequeño y esporádico papel de teatro, de radio o de cine.

Hasta que llegó el día que cambió profundamente el rumbo de su existencia y el destino de su patria. Fue el 22 de enero de 1944 cuando conoció al “Coronel de los trabajadores”, Juan Domingo Perón, en lo que fue un apasionante amor a primera vista. Muy pocas semanas después pasaba a vivir junto a él y posteriormente, en 1945, cuando María Eva tenía 25 años y Juan Domingo 47, se casaron pocos días después de que ella organizó a los trabajadores y a los militares partidarios de su marido, a fin de que se diera término a la prisión y el confinamiento de Perón en la isla Pedro García, luego de que fue destituido de la Secretaría del Trabajo por los miembros de la ultraderecha del ejército que veían un peligro en las medidas sociales implementadas por él en beneficio de la clase obrera. Desde entonces, y sobre todo a partir de la elección de Perón como presidente de Argentina, en febrero de 1946, María Eva pasó a convertirse en la abanderada del justicialismo, en el enlace del presidente con las organizaciones de trabajadores, en el rostro humano del gobierno nacionalista. Se convirtió entonces en Evita, la protectora de los humildes.

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