En su conjunto, el pueblo ecuatoriano y lo que ahora se incluye como los ciudadanos han sufrido un proceso muy largo de deformación cultural y política que en realidad es una prolongación desde la época colonial. En un principio fue tan solo una élite aristocrática y comercial la que asumió la representatividad política del Ecuador. El escaso desarrollo cultural y educativo, principalmente en el siglo XIX y en gran parte del siglo XX, ha sido el principal obstáculo para el desarrollo de la conciencia nacional y revolucionaria.
Ha conspirado negativamente nuestra irregular, diversa geografía y escaso desarrollo de los medios de comunicación. Recientemente ha empezado a tener gran importancia la lucha contra el aislamiento, el localismo, el provincialismo estrecho y el regionalismo.
Hemos vivido aislados, separados, divididos, ha predominado el espíritu colonial, feudal, europocéntrico y el despotismo de las élites económicas que llevaron al fortalecimiento del machismo, la servidumbre, el seguimiento sumiso al líder de parte de los sectores sociales y económicos menos favorecidos.
Ese ambiente ha propiciado el caudillismo, el clientelismo y el oportunismo por quienes han ejercido el liderazgo en los diversos movimientos y partidos políticos, empezando con la lucha liberal-conservadora en el siglo XIX y posteriormente con el socialismo, el comunismo, el velasquismo y la diversidad de movimientos y partidos políticos con visiones dogmáticas y sectarias que, como dueños de la verdad, dividieron al pueblo ecuatoriano.
La participación política ha oscilado entre un pensamiento de dominación de influencia europea y norteamericana. En los últimos 30 años ha emergido una corriente nacional de raíz indígena y popular.
El fracaso de las medidas neoliberales impuestas por los países dominantes y la quiebra del sistema bancario ecuatoriano han desarrollado la conciencia antioligárquica y antiimperialista en el pueblo ecuatoriano. Pero en términos generales prevalece un pensamiento fragmentario que no ha integrado los saberes y aportes de las diferentes raíces y vertientes del pensamiento
político para ponerlos al servicio del Ecuador.
Tenemos una cultura política superficial, de barniz, como decía Agustín Cueva: “Somos un océano de conocimientos con un milímetro de profundidad”. Se requiere, a partir de nuestras raíces indígenas y lo mejor de nuestro proceso histórico, construir -citando a José Martí- “una síntesis viviente de los valores trascendentales de la humanidad”.