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El Telégrafo

Elecciones: madurez y esperanza ciudadana

23 de enero de 2013

La campaña de cara a las elecciones del 17 de febrero revela los condicionantes de nuestra clase política ecuatoriana. En el caso concreto de los aspirantes a la Presidencia de la República, cabe apuntar que sus afanes proselitistas no han variado en nada a las prácticas demagógicas del pasado. Desde luego que hoy ya no se recurre al balcón, sino a los mass media y a las herramientas del marketing.

Se aprovecha la tecnología de punta. Los productos propagandísticos carecen de ingenio y creatividad y no varían en lo sustancial a anteriores dinámicas electorales. Claro que existen excepciones -aunque pocas- que marcan la diferencia y que se verán reflejadas en las urnas.

La decisión ciudadana debería partir tras el análisis concienzudo de las propuestas de trabajo y agenda programática de cada candidato/a, para lo cual la campaña se convierte en el principal mecanismo de difusión de ideas y alternativas en los campos: social, económico, legal, productivo, educativo, cultural, ambiental, etc., sin embargo, lo que ocurre en el país difiere en gran medida de la verdadera vocación democrática, limitándose a una suerte de ofertas mesiánicas y de la confirmación de un estilo populista, impulsado penosamente por los propios candidatos/as a Carondelet.

Ante ello, basta reseñar la entrega de colchones y enseres a gente necesitada, la donación de víveres y productos de primera necesidad o la invocación divina como signos de una deslegitimación del quehacer político. Así también se escuchan pronunciamientos que giran entre la bagatela y la falacia, sin sustento técnico ni conceptual (disminución de impuestos, reapertura de universidades clausuradas, aumento desmesurado del bono de desarrollo humano). Un verdadero insulto a la inteligencia popular.

Ahora, no todos/as los aspirantes tienen igual conducta, sin embargo, es recurrente que -antes que divulgar sus preceptos y plan de labores- sus pronunciamientos se circunscriban en la diatriba y el insulto, como estrategia de descrédito al otro/a.

Predomina, entonces, el discurso del agravio y la ofensa, el lenguaje que induce al desprestigio del contrincante. El debate de propósitos patrios como instrumento de revitalización de la cultura democrática se difumina en la desesperada obtención de votos, para lo cual recorren caminos inhóspitos, golpean puertas de casas vetustas, sonríen para la foto perfecta, abrazan y besan la tierna mejilla de menores de edad.

Es más fácil obsequiar una camiseta, una funda de avena, una pelota de plástico o un colchón, que posicionar sus ideales a través del intelecto y el diálogo altruista.

Tal situación tiene a los medios de comunicación como instancias corresponsables en el objetivo de propagar los diversos planteamientos de los sujetos políticos, en espacios equitativos en donde se permita dilucidar las verdaderas cualidades, talentos e intenciones de los candidatos/as, dejando a un lado estratagemas que caracterizan a los procesos electorales y anteponiendo productos periodísticos que generen válidos razonamientos en el/la elector/a.

Ojalá que el Ecuador no se equivoque en esta nueva convocatoria en pos de su destino político-administrativo, y que el anhelo de las mayorías se imponga entre la madurez y la esperanza de mejores derroteros.

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