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El Telégrafo
Oswaldo Ávila Figueroa, ex docente universitario

El fanatismo y la libertad de expresión

17 de enero de 2015

Tantos crímenes, incontables, se han perpetrado en el transcurso de la historia por la incidencia del fanatismo, en sus diversas manifestaciones y del quehacer humano, principalmente en el ámbito religioso y político.

La indiferencia de gobernantes y la fragilidad del sistema constituido permitieron el crecimiento del número de ciegos, exaltados e intolerantes, decididos a imponer sus creencias y ampliar su dominio por cualquier medio, la amenaza, la violencia o el terror. Poco a nada se ha hecho en algunos países y en las instituciones internacionales por frenar los brotes de iracundia de fanáticos, que jamás recibieron lecciones ejemplares de respeto, tolerancia y solidaridad universal.

La horrenda masacre de los caricaturistas franceses de la revista Charlie Hebdo, perpetrada por fanáticos musulmanes, es secuela de otras acciones terroristas que se desarrollan alentadas por la superstición y sin control, como vendaval amenazante en el cosmos.

Los periodistas del mundo condenan el alevoso y cruel ataque, y en general, hombres, mujeres y jóvenes expresan su solidaridad con las víctimas del fanatismo y se adhieren en defensa de la difusión de los hechos verdaderos y de la opinión libre, pero sin ofensa e injuria. Hoy, ante la vil agresión, el rechazo es universal y abogamos por el renacimiento de un clima de paz, pero muy lejos de alentar la llama del odio y la guerra.

En nuestro medio el panorama es diferente, se tiene entendido que la opinión es una versión, punto de vista y razonamiento sobre un aspecto de la realidad. La injuria es acusar de palabra, falsamente, con la malévola intención de causar daño a la honra ajena. Ese desvío de la conducta del hombre o la mujer, de acuerdo con nuestras leyes, se lo considera delito, sujeto, inexorablemente, a sanciones penales o civiles.

En algún momento, la Iglesia católica, por intermedio de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, intervino en una contienda política, pero aclarada su situación volvió a su rol: predicar la doctrina de Cristo, la solidaridad, el perdón, el sacrificio por los demás y la armonía social. Con la vigencia de la Ley Orgánica de Comunicación en el Ecuador, la libertad de expresión se consolida, como un derecho, no solo de los periodistas, sino del hombre y la mujer en su universalidad.

Los medios nacionales y sus periodistas, oportunos, vuelven al tema de la libertad de expresión, inútilmente, si ellos conocen que la ‘prensa independiente’ jamás va a desaparecer, pero eso sí, limitada su nociva influencia por la vigencia de un instrumento jurídico que regula su funcionamiento, sin que esto signifique prohibir, censurar o perseguir, sino someterse al imperio de la ley.

Un maestro universitario, como mensaje, repetía a sus alumnos que se han extraviado, entre otros valores, la gratitud, el respeto, la honradez y el amor al prójimo; ustedes, futuros periodistas, son los llamados o rescatarlos, pero como se ha confundido en los medios privados la misión del periodismo: decir la verdad y no ofender, la recuperación de esos valores es tarea de todos, para evitar trágicos resultados.

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