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El Telégrafo

Allende y su legado

14 de septiembre de 2013

A fines de septiembre de 1972 viajé a Chile a un encuentro organizado por la Federación Democrática Internacional de Mujeres (FDIM), en respaldo al gobierno de la Unidad Popular, severamente amenazado por una conjura orquestada desde los Estados Unidos y transnacionales como la ITT, la gran prensa -encabezada por El Mercurio y su propietario Agustín Edwards- y la burguesía chilena. Desde el aeropuerto se advertía un clima de tensión y las anfitrionas que recibían a las delegadas de organizaciones de diversas regiones del mundo no escatimaban advertencias acerca de las precauciones que debíamos tomar, pues se avizoraban  enfrentamientos  con una oposición cada vez más rabiosa y desesperada.

Chile aprendió la lección: solo la férrea unión de todos los demócratas puede revertir para siempre el proyecto neoliberalLa reunión convocó a mujeres de extraordinaria valía: vietnamitas que ganaban la guerra, igual que camboyanas y laosianas; norteamericanas, europeas y africanas,  junto a  delegaciones de Latinoamérica que conocíamos in situ los logros de un gobierno acosado -incluso- por algunos de sus aliados y beneficiarios, en medio de una escasez programada para desesperar  a las amas de casa y una onda especulativa imparable con el dólar, promovidas por la CIA, según la investigación del Congreso norteamericano. Algunos sindicatos mineros se sumaban a la deslealtad promoviendo huelgas y ciertos sectores de  ultraizquierda contribuían a crear el caos, con sus  exigencias por una radicalización mayor del proceso.

Allende y sus principales colaboradores, incluyendo a su esposa Tencha, trabajaban incansablemente. El programa de la UP avanzaba: reforma agraria, nacionalización del cobre y otros sectores estratégicos; atención especial a educación y salud, inmenso apoyo a la cultura. En las reuniones que sostuvimos con campesinos, trabajadores, estudiantes, intelectuales, había gran pasión, pero también serenidad. El pueblo confiaba en sus propias fuerzas  y en un ambiente alegre, con  el clásico humor chileno, se burlaban de los “momios” mientras impulsaban esa revolución que Allende quiso “con empanadas y vino tinto”.

Después de la noche de la dictadura, con la memoria de los muertos, torturados y desaparecidos, Chile aprendió la lección: solo la férrea unión de  todos los demócratas puede revertir para siempre el proyecto
neoliberal y recobrar, con la guía de Allende y la compañía de Aguirre Cerda, Prats, Bachelet, Neruda, Gabriela, Violeta, Víctor Jara, Tohá, y muchos como ellos, ese amable y solidario país, que les fue arrebatado por una horda fascista.

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