La era de Roger Federer no tiene final
La imagen se repite 18 veces: Roger Federer besa el trofeo que acaba de ganar -cualquiera que este sea- con la misma pasión de la primera vez. En 18 ocasiones inscribió su nombre como el mejor de cada Grand Slam; el último fue la semana pasada, en el Abierto de Australia.
Este agosto cumplirá 36 años, pero el suizo no deja de sorprender; incluso estuvo fuera del circuito durante seis meses por una lesión en la rodilla y arrancó el año en el puesto 17 del escalafón, lejos del top 10 en el que siempre había estado entre 2002 y 2016.
En Melbourne, su ‘Majestad’ apareció como que nunca estuvo ausente y desde el inicio del trayecto impuso sus condiciones. Se enfrentó a jugadores hasta 15 años menores a él, pero más que un juego físico, Federer siempre destacó por la precisión de sus golpes y su juego inteligente. Sin embargo, retornó a las pistas en forma para soportar el trajín de todo el campeonato australiano.
Como mencionó el periodista y exfutbolista argentino Diego Latorre, “Federer juega al tenis, no trabaja como tenista”. De esa forma se puede resumir el desparpajo y las ganas con las que afronta cada duelo, con la única intención de superarse.
Así lo explica también el extenista ecuatoriano Pablo Campana. “Su juego no es estresante; siempre lo hizo muy suelto. Él no hace un gran esfuerzo como otros tenistas en cada punto y por eso no ha tenido lesiones de consideración, salvo la última”.
Campana analizó que el éxito de la carrera del tenista suizo se debe a su disciplina y su vida profesional. También su fortaleza mental y su frialdad lo convirtieron, a su criterio, en el mejor de la historia, por encima de Pete Sampras.
Contrariamente a Nadal, a quien las lesiones le han impedido mantener mayor regularidad, pero dentro de todo, siempre ha estado en la cima del circuito de la ATP. Justamente ambos formaron una especie de duopolio en el escalafón, pues compartieron el primer y el segundo lugar.
La rivalidad deportiva entre ambos es una de las más reconocidas en el mundo. Desde su primer duelo en 2004, en el Miami Masters, hasta la final del Abierto de Australia de este año, ambos se han enfrentado 35 veces. El español lleva ventaja con 23 victorias, sobre 12 del suizo.
Ese primer desafío de 2004 marcó el inicio de la rivalidad entre ambos. El suizo había ganado ya sus dos primeros Grand Slams a los 21 años y era el número uno del mundo, pero Nadal, con 17 años, lo sorprendió y lo eliminó en tres sets corridos.
Desde 2011 no se habían enfrentado en una final de Grand Slam. En ese año disputaron el trofeo del Roland Garros en París, con victoria para el manacorí. Después de esa disputa jugaron nueve ocasiones más, en distintas rondas y torneos.
Hasta que llegó el reciente enfrentamiento, un regalo para los amantes del tenis, para poder ser testigos de una de las grandes rivalidades de los últimos tiempos. En una temporada dominada por Andy Murray y Novak Djokovic, se volvió a disputar el clásico del tenis moderno.
El último punto tal vez quitó la emoción natural del partido, porque se definió por el ‘ojo de halcón’; sin embargo, apenas la pantalla demostró que la pelota que golpeó Federer entró, el suizo no pudo contener las lágrimas y empezó a saltar sin control en la cancha del Melbourne Park.
Ambos entendieron en la previa la dimensión de su enfrentamiento. Por las condiciones en las que ambos se desarrollaron en los últimos años, era impensado creer que llegarían a la final del primer Grand Slam del año.
Sin embargo, la fortaleza física y mental de ambos sobrepasó cualquier presagio: nuevamente estuvieron frente a frente en una definición. “‘Rafa’ definitivamente ha sido muy especial en mi carrera. Creo que me ha hecho mejor jugador. Él y un par de jugadores más lo han hecho por mí, porque el nivel de su juego me ha hecho subir. Mi último gran desafío es siempre jugar contra él”, dijo Federer tras ganar el trofeo.
El suizo recordó que desde la última vez que pudo vencer a Nadal en la final de un Grand Slam pasaron 10 años. En Wimbledon 2007 lo pudo vencer en cinco sets, los mismos que tuvo que soportar en Australia.
Federer es dueño de diversas marcas desde su estreno profesional en 1998. Es el máximo ganador de los Grand Slams con 18; es el jugador que más semanas estuvo como número uno (237). Junto a Pete Sampras, Ivan Lendl y Jimmy Connors ha sido número uno por más de cinco años calendario; es el primer tenista con más finales ganadas de forma consecutiva (24) y así un sinnúmero de marcas que con seguridad tardarán en quebrarse.
Cerca de los 36 años, a Federer le asalta la pregunta de hasta cuándo podrá jugar al más alto nivel. Tras su vuelta a las pistas admitió sentirse algo tocado por el esfuerzo muscular y que debe tener cuidado con su rodilla izquierda, la operada, la que no puede girar como él quisiera.
El triunfo le dará alas para continuar en el circuito, pero ya no con la misma continuidad de antes. Ahora seleccionará los torneos en los que intervendrá, además de los ‘cuatro grandes’ a los que con seguridad asistirá.
El tenista de mayor edad y que logró ganar un Grand Slam es el australiano Ken Rosewall. Justamente ganó el Open de su país con 37 años, llegaba a finales de los torneos importantes con más de 40 y jugó casi hasta los 50 años. Él sería el ejemplo de Federer en la actualidad, para ver su resistencia y hasta qué punto podrá estar en la élite.
Los orígenes
A pocos se les viene a la cabeza la imagen de Roger Federer maldiciendo por un punto perdido o un mal saque. Tampoco que tenga mal carácter o que actúe como un gamberro. Menos aún que su apodo haya sido ‘Pequeño Satán’, motivado por todo ese comportamiento.
Ese Federer temperamental forjó su carácter en su natal Basilea en un modesto club llamado TC Old Boys. Lynnette, la madre del tenista y que jugaba en ese club, le preguntó a una de las entrenadoras si Roger podía unirse; él tenía siete años.
Ahí creció de la mano de la entrenadora Madeleine Baerlocher, quien recuerda que había varios jóvenes antes que Federer que lucían prometedores. Sin embargo, de a poco notó cómo él era distinto al resto.
En su juventud mantuvo ese carácter algo desafiante, pero a la vez era responsable. Ella recordó que alguna vez -tras perder- se sentó a llorar en la silla del juez, mientras los demás chicos disfrutaban de la comida.
O cuando, después de ganar el Orange Bowl en Estados Unidos, volvió con el cabello teñido de rubio y temía ir a su casa así para evitar una reprimenda.
En medio de ese frenesí de la juventud, Federer sabía lo que quería. Soñaba con ser el mejor y se preparó para aquello, tanto que logró marcar una época con su juego y su talento. (I)
El tenista suizo Roger Federer firma gorras a los aficionados después de ganar un partido en el Melbourne Park, durante el Abierto de Australia 2017. Foto: AFP