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Por favor, ¡plágienme! (2)

Por favor, ¡plágienme! (2)
26 de marzo de 2014 - 00:00 - Maximiliano Pedranzini. Ensayista argentino

Ergo, obtener un grado académico no es una garantía de conocimiento ni mucho menos, en el que este se torna relativo y con una legitimidad cuestionada socialmente, ya que se ponen en perspectiva las enormes fisuras que tiene la educación superior y los problemas que esto genera en la formación teórica, independientemente de la doble condición que la define y cuya antinomia se desvanece, equilibrando cualitativamente los estándares educativos. La mercantilización fruto de las reformas neoliberales se ha encargado de degradar la excelencia de la educación pública y llevarla a un estadio de mínima, lo que la sitúa a pocos metros del ámbito privado en términos del nivel académico generado. De esta forma, se vuelve lo mismo estudiar en una universidad pública que en una privada, cuyas opciones no varían las unas de las otras como ocurriese en otro período de nuestra historia. Aquí es donde atestiguamos el umbral de la decadencia.

Esta situación se recrudece en las universidades periféricas, fundamentalmente las de Latinoamérica, donde somos meros consumidores de conocimiento y no productores. Preexiste un esquema dependiente de los centros occidentales del saber, cuya relación es claramente asimétrica, puesto que subyace en la estructura académica una matriz colonial que todavía persiste. Otro gran desafío de la batalla cultural.

En efecto, vemos cómo las universidades no visualizan críticamente a los actores concretos de la sociedad, y por ende no logran incorporan a los sectores productivos. Sostienen una formación mecanicista de profesionalización que responde a la lógica del capitalismo. En el caso de nuestra región, un capitalismo que intenta romper con los lazos de dependencia.

Es decir, la universidad está al servicio del capitalismo, constituyéndose en un dispositivo clave dentro de las relaciones de producción. Esto genera un proceso de flexibilización profesional que atomiza los contenidos y pauperiza la formación. Este es un imperativo categórico indubitable y cuya mecánica se reproduce sistemáticamente, transformándose en la razón de ser del modelo de universidad contemporánea. Por lo tanto cuesta aseverar que exista plenamente un modo de producción intelectual autónomo, cuando el colonialismo sigue encarnado en esta parte del continente.

Esto ocurre debido a que no existe un compromiso real de la universidad con el pueblo. Parecen transitar por caminos opuestos que se bifurcan cada vez más. El primero impulsado por los intereses de la clase dominante.

En este sentido, grupos de clase media y alta procuran apropiarse de símbolos que alguna vez despreciaban o les eran apáticos, introduciendo verdadera confusión en las izquierdas. Esto altera la lógica y la identidad del movimiento estudiantil que frente a estas contradicciones hacen desvanecer sus objetivos perdiendo de vista el horizonte que los convoca.

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