El inicio del sermón del Papa Francisco -ayer- en el Parque Bicentenario de Quito aludió a ese acontecimiento hispanoamericano de independencia y liberación por el cual lleva su nombre el exaeropuerto Mariscal Sucre. ¿Qué llevó al Sumo Pontífice a usar este hecho para dar pie a los dos temas centrales de su sermón: la unidad y la confianza? ¿Fue ayer la ocasión propicia para un mensaje de hondura política, donde también habló de las libertades, de ese afán muy humano de emanciparse también en el plano político, como lo hicieron las naciones de América Latina con el colonialismo español y portugués? Pero hubo algo más: aludió a la parábola del buen samaritano registrada en la Biblia, en Lucas 10, versículos del 25 al 37. En lo fundamental, esa narración señala: “Ama al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas y con toda tu mente” y “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Pero también aquí explica qué es el prójimo, sustantivo que ha sido interpretado de muchos modos, pero que la Iglesia católica ha usado como lo han hecho los revolucionarios de izquierda con el sustantivo compañero. De todos modos, el de ayer fue un sermón político en toda la extensión de la palabra, por donde se vea. Empezó con una frase dura: “El bicentenario de aquel grito de Independencia de Hispanoamérica, ese fue un grito nacido de la conciencia de la falta de libertades, de estar siendo exprimidos, saqueados, sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno”. Y más adelante llevó a sus fieles a la reflexión efectiva y condensada de otro elemento movilizador en las conciencias políticas de los cristianos: la violencia, la guerra y las diferencias. Por eso dijo: “Constatamos a diario que vivimos en un mundo lacerado por las guerras y la violencia. Sería superficial pensar que la división y el odio afectan solo a las tensiones entre los países o los grupos sociales”. VIDEO Sabemos que Francisco no solo que fue una pieza clave en la negociación entre EE.UU. y Cuba para el restablecimiento de las relaciones diplomáticas; el Vaticano, bajo su mandato, reconoció como Estado a Palestina y se sabe que tiene algunas iniciativas para los conflictos políticos y regionales en el planeta. Más allá de que lo haya dicho en Quito, Francisco entiende la necesidad de la unidad, que puede ser la familiar, la nacional, la de los países, etc. Pero es una unidad que se construye en la confianza y en la disputa, en la tensión y en la búsqueda de soluciones a los problemas en común. No es una unidad para la armonía angelical, sino terrenal. De ahí brota esto: “A aquel grito de libertad prorrumpido hace poco más de 200 años no le faltó ni convicción ni fuerza, pero la historia nos cuenta que solo fue contundente cuando dejó de lado los personalismos, el afán de liderazgos únicos, la falta de comprensión de otros procesos libertarios con características distintas, pero no por eso antagónicas”. ¿A quién escuchamos aquí? ¿Al latinoamericano jesuita que entiende la vivencia de nuestras naciones en relación a los procesos emancipadores? Por supuesto que sí. Sobre todo porque la evangelización que acompañó a la colonización tuvo en los jesuitas a una congregación con tantas contradicciones con los colonialistas y después con los republicanos, pero además con los procesos contrarios al legado cristiano de velar por los pobres y oprimidos. No estoy muy seguro de que los llamados a la unidad (así como los del diálogo) sean necesariamente un mandato para todos. A algunos -siempre en nuestra historia latinoamericana- les ha servido mucho la desunión y la desconfianza con nuestras propias capacidades. Si no habría que preguntar a Simón Bolívar de qué le sirvió la unión de los países ahora llamados bolivarianos y cuánto duró su anhelo para hacer frente a los intereses supuestamente localistas y los del entonces imperio del norte. Ojalá sea posible esto que pide Francisco, porque hemos atravesado por varias etapas de honda disputa, que no nacen necesariamente del anhelo de darse al prójimo: “Qué lindo sería que todos puedan admirar cómo nos cuidamos unos a otros. Cómo mutuamente nos damos aliento y cómo nos acompañamos. El don de sí es el que establece la relación interpersonal que no se genera dando cosas, sino dándose a sí mismo”. Pero es un reto colectivo y un anhelo muy válido del líder católico. También para poner límite al abuso y a la búsqueda de sostener poderes absolutos, incitar a la dictadura (como parece que algunos demandan al mando militar) y a dejar de lado lo construido. Los buenos samaritanos auténticos necesitan de una claridad del significado de la unidad y del sentido hondo de llamarse prójimo o compañero. Por más interpretaciones que se hagan de los sermones y discursos de Francisco, la unidad real del Ecuador nace de la confianza en sus instituciones, en la democracia y sus autoridades legítimas, y en las creencias auténticas sobre ellas. (O)