Un cielo claro y azul, como el que recibió aquel miércoles 11 de mayo a los 5 voluntarios de la División de construcción sostenible de la empresa vasca Tecnalia a su llegada a Manta, es algo que no olvidarán jamás. Pero a medida que se adentraron en el centro de la ciudad se dieron cuenta de que todo era un espejismo. El terremoto del 16 de abril de magnitud 7,8 había instalado en las calles una calma urdida de cataclismo. Una visión sobrecogedora para quienes habían llegado a Ecuador con la misión de elaborar un diagnóstico de las heridas urbanísticas provocadas por un terremoto que amagó con devolver el país a la edad de piedra. Cuando llegaron a la zona cero del desastre en Manta, en Tarqui, el aire pareció comprimirse dentro de los pulmones de los 5 técnicos vascos hasta hacerse irrespirable. La aureola púrpura del cielo manabita se desvaneció en medio de aquel paisaje de guerra. Un silencio espectral envolvía calles tan bulliciosas como la 106 donde 12 casas se habían desintegrado y decenas más mostraban los zarpazos del castigo recibido. Con ojo clínico, Jesús Díez, Alessandra Gandini, Mikel Zubiaga, Jorge Torres y Natalia Lasarte analizaron 60 edificios oficiales a instancias del Miduvi, desde hospitales a colegios, sedes institucionales como el edificio de la Capitanía y centros comerciales como El Paseo. “Establecimos 3 categorías diferenciadas: la etiqueta verde, para las construcciones que salieron indemnes; la amarilla para las que quedaron parcialmente dañadas y la roja para aquellas que requerían una revisión más profunda o había que demoler”, explica Alessandra, arquitecta de 37 años y especialista en conservación del patrimonio de la fundación Tecnalia. El resultado de su informe es inquietante. Muchos edificios se desplomaron o se inclinaron violentamente debido a que sus bases fueron incapaces de soportar el peso de las plantas superiores. “La mayoría de ellos no cumplía el ordenamiento de gestión urbana lo que resulta especialmente peligroso en una zona de actividad sísmica como Manta o Portoviejo, bien porque habían levantado alturas irregulares, bien porque se habían utilizado materiales livianos como la madera con armaduras de hormigón de baja calidad en la orilla de un río o pocos metros del mar”, añade Natalia Lasarte, ingeniera de estructuras de 38 años. En algunas de las fotografías que tomaron durante sus trabajos de inspección se aprecia el efecto de este descontrol. Casas que se derrumbaron sobre sí mismas como castillos de cristal y edificios de varias plantas completamente inclinados al no encontrar apoyo en las construcciones irregulares que le rodeaban. “Por eso es tan importante fiscalizar las obras de este tipo. Respecto al futuro, solo podemos decir que hay tecnología y materiales suficientes para reparar el 99% de los inmuebles dañados con garantías. Otra cosa distinta es si económicamente merece la pena afrontar ese gasto”, afirma Jorge Torres, arquitecto técnico de 32 años. Su trabajo no solo se limitó a la inspección de edificios. También impartieron 2 talleres de capacitación en Portoviejo y Manta con ingenieros y arquitectos. Mikel Zubiaga, arquitecto de 31 años, fue uno de los instructores. Su experiencia como voluntario en grandes catástrofes como la que sacudió Nepal en 2015 no le impide admitir que nunca se había encontrado ante nada semejante. Un día sintió como el pánico incendió sus venas; al concluir uno de los encuentros de capacitación con estudiantes y expertos sintió como la tierra se movía bajo sus pies. La causa que le hacía tambalearse no era el cansancio, ni las emociones de casi 24 horas sin dormir. Se trataba de una réplica de 6,8 grados que duró 97 segundos. Una eternidad cuando tomó conciencia del drama. “Aquello era pavoroso. La gente, ya acostumbrada, salió corriendo en busca de un lugar seguro pero yo me quedé paralizado. Por fortuna, no ocurrió nada”, señala. Para estos 5 ‘médicos’ de edificios enfermos no hubo tiempo ni para echarse a llorar. Ayudaron en lo que pudieron y recibieron la ayuda de un sinfín de personas que, como en una cadena de montaje, les guiaban entre los escombros. “A los estudiantes con los que compartimos experiencias y conocimiento les dije lo importante que resulta concienciarse en la rehabilitación del patrimonio y que tras ver los daños producidos por el sismo de abril será aún más valioso”, sostiene Mikel. Habla como si intentara sanar a un enfermo, aunque en este caso se trate de pacientes de hierros y cemento. Todo el equipo quedó maravillado de la belleza del país, de su solidaridad innata, de su afán de superación, de su lucha para levantar la cabeza tras el desastre y plantarle cara al viento. “Es un país con futuro y una capacidad de progreso indudable”, sentencia. El equipo de voluntarios de Tecnalia regresó a España el 22 de mayo. Con la pena cosida en el equipaje. “Fueron 10 días intensos en Manta y Portoviejo, repletos de tristeza, pero también de alegrías, especialmente las que proporcionaban muchas personas dispuestas a ayudar con fuerza y compromiso”, dice Jesús Díez, ingeniero de estructuras de 56 años, y entonces cita expresamente a Milton Yépez, un arquitecto que perdió su casa la misma noche del terremoto y vivía en un automóvil. “Pese al drama trabajaba sin parar por el bien colectivo”, rememora. Y como Milton, hubo bastantes más. “Por ejemplo, todos los voluntarios de la facultad de arquitectura de Portoviejo”, asegura Jesús, quien no se olvida de Azucena Cortés, la delegada de Tecnalia en Ecuador y cuyo trabajo con el Miduvi es y seguirá siendo capital en esta conexión del Gobierno nacional con los vascos. Ahora llueve a mares sobre la sede central de la fundación en Zamudio, un centro de alta tecnología ubicado cerca de Bilbao. Y a pesar de que los días lluviosos y plomizos multiplican por 2 la nostalgia, ninguno de estos 5 ingenieros parece tener ganas de apagar la luz de los recuerdos que trajeron de Ecuador. (I) Datos La aureola púrpura del cielo manabita se desvaneció en medio del paisaje de guerra. Muchos edificios se desplomaron o se inclinaron  violentamente. El terremoto de 7,8 de magnitud que el pasado 16 de abril asoló varias zonas del norte de la Costa de Ecuador dejó 673 muertos. El coste de la reconstrucción por el terremoto, que afectó principalmente a las provincias de Manabí y Esmeraldas, ascenderá a unos $ 3.344 millones, según el Gobierno. Los daños fueron graves en las ciudades de Portoviejo, Crucita, Pedernales, Tosagua, Manta, Muisne, y afectó en menor medida a Babahoyo, Quito y Guayaquil.