Los cuvivíes volvieron a Ozogoche para cumplir su ancestral cita con la muerte
Amanece en la laguna más grande del complejo lacustre de Ozogoche, ubicado en el cantón Alausí de la provincia de Chimborazo.
Los cuerpos de las aves que murieron en sus aguas ya han sido recolectados por la gente del lugar para comérselos. Este es un don que la naturaleza otorga a las comunidades y por eso, hay que dar gracias.
Esa especie de ‘suicidio colectivo’ de centenas, de miles de aves se cumple cada año entre agosto y principios de octubre.
Son especímenes que viajan unos 4.600 kilómetros desde Norteamérica y que, agotadas, se arrojan al agua, donde mueren por el frío.
A las 10:00 aparece una comitiva conformada por la presidenta de las Comunidades Indígenas de Chimborazo, Delia Caguana, quien dirigirá el ritual de agradecimiento, y otras personas entre turistas, curiosos, devotos de la ancestralidad o simplemente acompañantes.
Deben ingresar a la laguna, que es territorio sagrado y, por lo tanto, es necesario pedir permiso y, al mismo tiempo, agradecer los dones ofrecidos por la naturaleza.
De acuerdo con el calendario religioso indígena, hasta diciembre nos encontramos en la época del Kuya Raymi, festividad dedicada a la fertilidad tanto de la tierra como de las mujeres. Por tanto, hay motivos de sobra para celebrar.
Tomada de las manos con otros participantes, la mashi Caguana se adentra en las aguas de la laguna, a pesar del cortante frío. Quienes se quedan en la orilla también participan a su manera: con cuernos y caracolas invocan a los vientos. Un chamán murmura, agradecido, hacia la laguna.
Cuando Caguana sale de las aguas, el chamán bendice a quien se lo solicite: lo hace besar el fuego, le dirige palabras de aliento y buenaventura, invocando al Señor y a la Pacha Mama.
Ángel Charicanto, el chamán, quien también es presidente de la Unión de Comunidades Indígenas Zona Alta de Ozogoche, pregunta a cada uno de los creyentes qué desea, qué le pide a las fuerzas de la tierra. Unos piden salud, otros, trabajo; se trata de pedidos sinceros y sencillos. ¿Qué más necesita el hombre sino esos dones?
El viento sopla y la comitiva se encamina hacia una explanada alejada de la laguna para empezar el Festival de Culturas Vivas.
Luego del ritual viene la celebración, el encuentro de culturas de Ecuador, México, Bolivia y Perú, hermanas entre sí por la tradición.
Bailes típicos de cada país son presentados a los asistentes que han llegado hasta esas lejanías para mirar, descubrir.
¿De dónde, de pronto, salió tanta gente? Quienes suben a las lagunas de Ozogoche lo hacen desde las comunidades aledañas, gente de la ciudad, incluso habitantes del extranjero.
Algunos se dejan tentar y recorren los caminos y terrenos de chaquiñanes a caballo, que se pueden rentar en el área.
Los comuneros que han llegado también tienen la posibilidad de ganar algo de dinero pues comercian con tejidos, comida, un café para el frío —intenso y único— del páramo ecuatoriano.
Pero si el paisaje es único, no lo es el sentimiento de celebración y de devoción hacia las tradiciones.
Uno de los participantes del ritual de purificación en la laguna es un ciudadano peruano, Leonardo Alegre, que también compartió su teatro durante el Festival. Estas manifestaciones culturales —dice— se dan en toda Latinoamérica; los países son hermanos en tradiciones, en historia, y algún día podrán ser uno solo, como ocurría antiguamente.
De alguna forma, todos los bailes que se presentan parecen uno solo; desde la danza azteca engalanada con altísimos penachos de plumas, hasta los bailes bolivianos con lentejuelas.
Hay diversidad, pero, al mismo tiempo, una especie de unidad, de comunión entre pueblos. Al final, esa unión se muestra en la minga para dejar limpio el lugar cuando la fiesta termina.
Estamos en un lugar sagrado y así hay que mantenerlo, con respeto. Se le pidió autorización a la laguna, a los seres de la naturaleza, para ingresar a ese territorio; entonces, hay que honrar esa admisión y dejar tal como antes de que los pies de los hombres llegaran.
Atardece en la laguna Cubillín. El viento sopla fuerte, formando olas. La gente se retira, de a poco, con pasos lentos, antes de que caiga la lluvia. Es largo el camino de vuelta.
En el páramo quedan, inmóviles, los elementos de la naturaleza.