Punto de vista
Las pesadillas del excanciller Patricio Zuquilanda
El concepto de soberanía tiene cierto grado de subjetividad cuando en medio de las disputas políticas cada quien lo acomoda de acuerdo a sus intereses. ¿Cómo será que lo entiende el candidato presidencial Patricio Zuquilanda? quien ha dicho que, de llegar a ser presidente, en su primer acto presidencial expulsaría de la embajada de Ecuador, en Londres, al asilado Julian Assange.
Si bien la diplomacia ecuatoriana siempre ha estado formada, la mayoría, por patriotas y muy competentes funcionarios de carrera, no es menos cierto que también ha estado infectada por individuos de cuestionable solvencia profesional, entre los cuales, el excanciller del tristemente célebre gobierno de Lucio Gutiérrez, destaca con sobra de merecimientos.
Los cables de WikiLeaks desnudan sin pudor la obsecuencia imperial de quien mal dirigiera la política exterior del país. Descrito como “arrogante, que busca su interés personal por sobre el interés nacional…” (cable 05QUITO1522 ), las rodillas de Zuquilanda muestran flexibilidad plena cuando desde su autoexilio en Bogotá “llamó en estado de pánico, de urgencia…” a la embajadora norteamericana para, cual paño de lágrimas, pedirle ayuda porque el Congreso de ese entonces quería enjuiciarlo por su total inacción frente a los criminales hundimientos de barcos de migrantes ecuatorianos, por parte de la marina estadounidense (cable 05QUITO1344).
Como confirmación de que el diablo paga mal a sus devotos, y a pesar de que el excanciller aseguraba que “los Estados Unidos no pueden tener un mejor aliado en Ecuador que yo…” en el mismo cable se dice que “…su charlatanería pocas veces trae acciones” de manera que “No sentimos que a Zuquilanda le debemos ninguna asistencia en este asunto”.
La devoción de Zuquilanda por la embajada estadounidense era, en efecto, impresionante.
Con frecuencia llamaba o visitaba a la embajadora, ya sea para pedirle su visto bueno por el recambio del embajador que Gutiérrez pensaba hacer en Washington (cable 04QUITO3151); ya sea para asegurarle que Ecuador trataba, tras bastidores, de evitar a toda costa una visita del presidente Chávez, contra quien se refería en los peores términos (cable 04QUITO2208).
Al ser cuestionado por la embajadora sobre por qué nunca hacía públicos sus criterios, el excanciller, con sonrojada sinceridad, se justificaba: “Es que los latinos no somos así…”.
El hoy candidato presidencial por el PSP no perdía ocasión para hacer méritos con la potencia del norte; un día se atribuía la autoría de haber, supuestamente, persuadido a Brasil de no invitar a Cuba al Grupo de Río (cable 04QUITO2399); otro día dejaba claro que “los Estados Unidos le debían a él”, el hecho de que la declaración de la cumbre árabe-latinoamericana no fuera tan incendiaria en contra de Washington e Israel (cable 05QUITO834).
Frente a semejante impudicia entreguista, no sorprende entonces que el excanciller Zuquilanda tenga pesadillas con Julian Assange. Su noción genuflexa de política exterior no le alcanza para entender que el Grupo de Trabajo sobre Detenciones Arbitrarias del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, es decir, la más alta instancia del mundo en la materia, en su contundente dictamen valida todas y cada una de las tesis levantadas soberanamente por Ecuador para garantizar el asilo al editor de WikiLeaks.
Assange es, junto a Edward Snowden, el asilado político más importante del mundo; sin embargo, el concepto de soberanía del excanciller Zuquilanda tampoco le alcanza para entender la relevancia de un asilo que ha levantado el apoyo y la solidaridad internacional de intelectuales, activistas y ciudadanos, que opinan que Ecuador le está dando al mundo una lección de ejercicio de soberanía.
Afortunadamente, el nefasto gobierno de Lucio Gutiérrez es ya triste pasado. Es de esperar que las urnas entierren, de una vez por todas, tanto a su excanciller Zuquilanda, como a su exembajador itinerante Guillermo Lasso y a su exministro de Finanzas, Mauricio Pozo, que en ofensa a la memoria de los ecuatorianos compiten también por las máximas dignidades del país. (O)